LA REINA CÓMICA
- W.B. YEATS -
(1907)
ELENCO DE PERSONAJES
Décima
Séptimo
Nona
La Reina
El Primer Ministro
El Obispo
El director escénico
El tabernero
Un viejo vagabundo
Viejos, viejas
Vecinos, campesinos, cómicos
Escena I: Espacio abierto en la confluencia de tres calles
Escena II: El Salón del Trono
ESCENA I
Espacio abierto en la confluencia de tres calles. Se puede ver un tramo de estas calles, que a cierta altura se dobla, apreciándose una parte desnuda de muro iluminado con una lámpara colgante. Contra la pared iluminada se perfilan las cabezas y hombros de dos viejos. Están asomados desde las ventanas de arriba, uno a cada lado de la calle. Llevan puestas grotescas máscaras. Ligeramente a un lado del escenario se encuentra una voluminosa piedra desde la que montar un caballo. Las viviendas tienen aldabas.
PRIMER VIEJO: ¿Alcanza Usted a ver el Castillo de la reina? Tiene usted mejor vista que yo.
SEGUNDO VIEJO: Veo que se eleva por encima de los tejados de las casas sobre aquel enorme peñasco.
PRIMER VIEJO: ¿Ya ha salido el sol? ¿Toca ya la torre?
SEGUNDO VIEJO: Empieza a asomarse por la torre, pero estas callejuelas seguirán a oscuras un buen rato todavía [Pausa]. ¿Alcanza Usted a oír algo? Tiene usted mejor oído que yo.
PRIMER VIEJO: No, todo está tranquilo.
SEGUNDO VIEJO: Hará cosa de una hora que pasó por aquí un gentío de unos cincuenta hombres a paso rápido.
PRIMER VIEJO: Anoche estuvo todo muy tranquilo, ni un ruido, ni un suspiro.
SEGUNDO VIEJO: Y tampoco se dejó caer un alma hasta hace una hora cuando bajó calle abajo el perro del tabernero desde el muladar de Cooper Malachi.
PRIMER VIEJO: Silencio, oigo pasos, muchos pasos. Tal vez vengan hacia aquí. No, se van por el otro lado, ya se han ido.
SEGUNDO VIEJO: Los jóvenes traman algo –los jóvenes y los no tan jóvenes.
PRIMER VIEJO: ¿Es que no saben quedarse en la cama, durmiendo sus siete, ocho horas, como está mandado? Recuerdo aquellos tiempos cuando dormía hasta diez horas. Ya aprenderán a valorar el sueño cuando lleguen a los noventa.
SEGUNDO VIEJO: No llegarán a tan viejos. No tienen ni la salud ni la fuerza que teníamos nosotros. Ellos solos se agotan. Están siempre ansiosos, si no es por una cosa es por otra.
PRIMER VIEJO: ¡Silencio! Oigo pasos, y se acercan hacia aquí. Mejor será que nos metamos para dentro. El mundo se ha vuelto muy retorcido y nunca se sabe lo que nos pueden hacer o decir.
SEGUNDO VIEJO: Sí, será mejor cerrar las ventanas y hacer como que estamos dormidos.
[Se meten para dentro. Se oyen golpes de aldaba en la distancia. A continuación, hay un silencio, y se vuelve a oír un aldabonazo, esta vez a escasos pasos. Otro silencio y aparece en escena, tambaleándose, Séptimo, un hombre apuesto de treinta y cinco años. Está muy borracho].
SÉPTIMO: Qué poca caridad hay en este lugar, y qué pocos cristianos quedan. [Se pone a aporrear una aldaba]. Abran ahí, abran ahí. Quiero entrar a dormir.
[Un tercer viejo asoma la cabeza por una ventana de arriba].
TERCER VIEJO: ¿Quién es Usted? ¿Qué quiere?
SÉPTIMO: Soy Séptimo y tengo una mala esposa. Quiero entrar a dormir.
TERCER VIEJO: Está Usted borracho.
SÉPTIMO: ¡Borracho! Usted también lo estaría, si tuviera una esposa tan mala.
TERCER VIEJO: ¡Váyase de aquí!
[Cierra la ventana]
SÉPTIMO: ¿Es que no queda ni un cristiano en esta villa? [Se pone a martillear la aldaba del primer viejo, pero nadie responde]. ¿No hay nadie ahí? Todos muertos o borrachos, a saber –¡malas esposas! Tiene que quedar algún cristiano.
[Martillea una aldaba al otro lado del escenario. Una vieja asoma la cabeza por la ventana de arriba].
VIEJA [con voz estridente] ¿Quién anda ahí? ¿Qué es lo que quiere? ¿Ha ocurrido algo?
SÉPTIMO: Sí, eso es. Ha ocurrido algo. Mi esposa se ha escondido, ha huido y se ha ahogado.
VIEJA: ¿Y a mí que me importa su esposa? Está Usted borracho.
SÉPTIMO: ¡No le importa mi esposa! Y si le digo que mi esposa tiene que actuar por orden
del Primer Ministro delante de todo el mundo en el salón principal del castillo a las doce en punto del mediodía, y no logro encontrarla.
VIEJA: ¡Fuera de aquí! ¡Fuera! Ya me ha oído, fuera de aquí.
[Cierra la ventana]
SÉPTIMO: ¡Mire que tratar así a Séptimo!, que ha actuado ante Kubla Khan, ¡Séptimo, el dramaturgo y poeta! [La vieja abre la ventana de nuevo y vacía una jarra de agua sobre él] ¡Agua va! Empapado hasta los huesos – me tendré que quedar a dormir en la calle. [Se recuesta]. Mala esposa – otros también han tenido malas esposas, pero a otros no les han dejado tirados en la calle bajo las estrellas, empapados de agua fría, una jarra entera de agua fría, tiritando de frío bajo la pálida luz del alba, a riesgo de que les atropellen, les pisoteen, les coman los perros, y todo porque sus esposas se han escondido.
Entran dos hombres un poco mayores que Séptimo.
Se quedan quietos, mirando al cielo.
PRIMER HOMBRE: Ay, amigo, la rubia bajita es una fresca.
SEGUNDO HOMBRE: No hay que fiarse nunca de las rubias, yo soy solo de castañas.
PRIMER HOMBRE: Las hemos aguantado demasiado, tanto a las rubias como a las castañas.
SEGUNDO HOMBRE: ¿Qué estás mirando?
PRIMER HOMBRE: El primer rayo del alba sobre la torre del castillo.
SEGUNDO HOMBRE: Por nada del mundo quisiera que mi mujer lo descubriera.
SÉPTIMO [incorporándose en el asiento]: Llévenme, ampárense de mí, arrástrenme, échenme a rodar, empújenme, liquídenme a lo furtivo, pero por favor llévenme a donde pueda dormir tranquilo. Llévenme a un establo, mi Señor se contentó con un establo.
PRIMER HOMBRE: ¿Quién es usted? No conozco su cara.
SÉPTIMO: Soy Séptimo, cómico, dramaturgo, y el poeta más famoso del mundo.
SEGUNDO HOMBRE: No me suena su nombre, señor.
SÉPTIMO: ¿Cómo que no le suena?
SEGUNDO HOMBRE: Pero mi nombre sí le sonará. Me llaman Pedro el del Pelícano morado, por el más famoso de mis poemas, y a mi amigo le llaman, Tom Dichoso. Él también es poeta.
SÉPTIMO: Poetas maluchos de barrio.
SEGUNDO HOMBRE: Ya quisieras tú ser poeta malucho de barrio.
SÉPTIMO: Poetas maluchos de barrio.
PRIMER HOMBRE: Quédese ahí acostado si no sabe comportarse civilizadamente.
SEPTIMO: ¿Y qué me importa a mí eso ahora? Con Venus, Adonis y los otros planetas del cielo tengo bastante.
SEGUNDO HOMBRE: Que le aprovechen sus planetas.
[Salen los dos hombres]
SÉPTIMO: Ultrajado, por así decirlo; desnudo, por así decirlo –ensangrentado, por así decirlo – y pasan de largo sin cruzar la acera.
[Entra una multitud de vecinos y campesinos. Al principio son unos pocos y luego más y más, hasta llenarse el escenario con una exaltada multitud]
PRIMER VECINO: Hay un hombre ahí tirado.
SEGUNDO VECINO: Dadle la vuelta.
PRIMER VECINO: Es uno de esos cómicos que se alojan en el castillo. Llegaron ayer.
SEGUNDO VECINO: Borracho, supongo. Lo habrá matado o lisiado el primer carro de la leche.
TERCER VECINO: Mejor apartadlo ahí en la esquina, nos espera un día chungo, no hay ninguna necesidad de que lo maten – una muerte innecesaria podría traernos alguna maldición.
PRIMER VECINO: Echadme una mano con este.
[Se disponen a rodar a Séptimo]
SÉPTIMO: [mascullando] ¡No me dejan dormir! ¡Me echan a rodar por la calle y me dejan tirado entre unas piedras! Menuda ciudad de bárbaros.
[Lo dejan tirado al pie de un muro a un lado del escenario]
TERCER VECINO: ¿Somos todos amigos aquí? ¿Somos todos de la misma opinión?
PRIMER VECINO: Estos hombres son de campo. Llegaron anoche. Tienen poca idea del asunto. No se pondrán en contra de la gente, pero quieren saber más.
PRIMER CAMPESINO: Así es. Estamos con la gente, pero queremos saber más.
SEGUNDO VECINO: Queremos saberlo todo, pero nosotros estamos con la gente.
[Se suman otras voces con las mismas proclamas, “Queremos saberlo todo, pero estamos con la gente”, etc. Se oye un murmullo de voces a coro]
TERCER VECINO: ¿Ha visto alguna vez a la reina, campesino?
TERCER CAMPESINO: No.
TERCER VECINO: Ni usted ni nadie. No hay un solo hombre aquí que la haya visto con sus propios ojos. Lleva encerrada siete años en esa enorme casa negra en lo más alto de la loma rocosa. Desde el día que murió su padre ha estado ahí puertas para adentro, pero ahora ya sabemos por qué se ha escondido. La compañía que se gasta en la oscuridad de la noche no es muy decente que se diga.
TERCER CAMPESINO: En mi comarca se dice que es una santa y que reza por todos nosotros.
TERCER VECINO: Ese cuento lo ha hecho correr el Primer Ministro. Tiene espías por todas partes corriendo cuentos. Es un hombre muy astuto.
PRIMER CAMPESINO: Es cierto, a nosotros los campesinos siempre nos están engañando. No estamos educados como la gente de la ciudad.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Ya lo dice la Biblia, “No dejarás con vida a una hechicera”. Hace un año, por la Candelaria, estrangulé a una bruja con mis propias manos.
TERCER VECINO: Cuando ella muera, le proclamaremos rey al Primer Ministro.
SEGUNDO VECINO: Ni hablar, él no es hijo de rey.
SEGUNDO CAMPESINO: Yo mandaría a un pregonero por el mundo. Según dicen hay muchos reyes en Arabia.
TERCER CAMPESINO: La gente debe de estar hablando. Si tú y yo estuviéramos escondidos o en condiciones difíciles de entender, es probable que nos llevaríamos mala fama. No estoy en contra de la gente, pero quiero testimonios.
TERCER VECINO: Venga aquí, tabernero, súbase a esa piedra y cuéntenos lo que sepa. [El tabernero se sube a la piedra de montar]
TABERNERO: Vivo en el barrio donde está el castillo de ella. El jardín de mi casa, así como el jardín de todas las casas de mi lado de la calle suben directamente hacia la loma rocosa sobre la que se alza el castillo. Hay un tipo en mi barrio que tiene una cabra en su jardín.
PRIMER VECINO: Ese es Miguel el caminero. Lo conozco.
TABERNERO: Esa cabra no hace más que perderse. Una mañana Miguel el caminero se levantó de la cama temprano a atrapar pájaros, y no vio a la cabra por ninguna parte. De manera que se puso a trepar risco arriba, y siguió subiendo y subiendo, hasta llegar muy cerca del muro, y allí encontró a la cabra, todo temblorosa y sudando como si algo la hubiera asustado. A continuación, oyó algo relinchar como un caballo, y acto seguido algo como un caballo blanco pasó por allí, solo que no era un caballo, sino un unicornio. Como llevaba la escopeta, pues pensaba hacerse con un conejo, y temiendo que se le echara encima, disparó al unicornio. Desapareció en un instante, pero quedó sangre sobre una gran piedra.
TERCER VECINO: Viendo las compañías de las que se rodea de madrugada, no me extraña que no ponga pie fuera de su casa.
TERCER CAMPESINO: Yo no me creería todo lo que dice ese noctámbulo mentiroso. Todo lo que tenemos en contra de ella en realidad es que no quiere poner un pie fuera de su casa. Conocí una vez a un joven de veinticinco años que se negaba a salir de la cama. No estaba enfermo, no, él no, pero decía que la vida era un valle de lágrimas, y durante cuarenta y cuatro años, hasta el día que se lo llevaron al camposanto, nunca se movió de esa cama. Todo el mundo fue a ver si lo hacían cambiar de idea, el pastor protestante, el cura católico, el médico, pero todo lo que decía era, “la vida es un valle de lágrimas”. Estaba la mar de cómodo en la cama. Y créanme si les digo que ella, desde que se quedó sin padre que la bufe por las mañanas, no sale de la cama, y tampoco la culpo, la verdad.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Así son precisamente las brujas. Hacen amigos hasta a las tantas de la mañana. Había una bruja en mi comarca, la que estrangulé hace un año, por la Candelaria. Tenía un diablillo en forma
de gato rojo que cada noche, poco antes de que cantara el gallo, le chupaba tres gotas de sangre del cogote. Es con su propia sangre que los alimentan: Hasta que no están saciados de sangre son meras imágenes, sombras, pero una vez han bebido la sangre pueden llegar a ser incluso más fuertes que tú y que yo durante un rato.
TERCER CAMPESINO: El hombre que yo digo no estaba embrujado, simplemente estaba inactivo. “La vida es una valle de lágrimas”, decía. Allá fue el pastor protestante, el médico, el cura católico, pero eso era todo lo que decía.
PRIMER VECINO: Aquí todo el mundo ha de ceñirse a las pruebas y a la razón, pero escuchemos lo que tiene que decir el Tabernero, y veréis por qué no podemos dejarla viva ni un solo día más.
TABERNERO. No es una historia que me guste ir contando por ahí, pero ustedes son todos hombres casados. La otra noche que el muchacho trepó loma arriba tras su cabra, sería una hora más temprano por su reloj, y ya no había luz en el cielo, cuando llegó al muro del castillo. Fue trepando por él entre rocas y arbustos, hasta que vio una luz que procedía de una ventanuca situada sobre su cabeza. Era un muro viejo lleno de agujeros de la argamasa desprendida. Siguió trepando, poniendo los dedos de los pies en los agujeros, cuando echó un vistazo por la ventana. ¿Y a quién dicen que vio dentro, sino a la mismísima reina?
PRIMER CAMPESINO. ¿Y qué dijo de su aspecto?
TABERNERO. Y aún hay más. La vio copulando con un enorme unicornio blanco.
[Murmullos entre la multitud]
SEGUNDO CAMPESINO: No se puede tolerar que nos venga a reinar el hijo de un unicornio, por muy medio unicornio que sea.
PRIMER CAMPESINO: Yo no voy a ir en contra de la gente, pero por mí la dejaría viva, a condición de que el Primer Ministro se comprometiera a sacarla de la cama por las mañanas y de poner a un guarda que impidiera la entrada del unicornio.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Yo he estrangulado a una vieja bruja con estas mismas manos, y hoy mismo estrangularé a una joven bruja.
SÉPTIMO [quien poco a poco ha conseguido levantarse y se ha subido a la piedra de montar que ha dejado libre el TABERNERO]. ¿Quién dice que no sea casto el unicornio? Es la bestia más noble, la bestia más religiosa. De piel blanca como la leche, un cuerno blanco como la leche, pezuñas blancas como la leche, y un ojo azul clarito, que además baila bajo el sol. No permitiré que nadie hable mal de él, no mientras yo siga en esta tierra. En El gran bestiario de París está escrito, que es casto, y que es la bestia más casta del mundo.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Bájenlo de ahí, está borracho.
SÉPTIMO. Sí, estoy borracho, muy borracho, pero eso no es razón para que le permita a nadie hablar mal del unicornio.
SEGUNDO VECINO: Que diga lo que quiera. De igual manera no podemos hacer nada hasta que salga el sol.
SÉPTIMO. No permitiré que nadie hable mal del unicornio, ya sean amigos, poetas, a nadie, ni hablar. Le daré caza si es vuestro deseo, si bien se trata de una bestia peligrosa y atravesada. Tanta virtud le ha hecho atravesado. Iré con vosotros a las elevadas mesetas africanas donde vive, pero no hablaré mal de su carácter, y si a alguno se le ocurre dudar de su castidad, me batiré contra él, pues he de afirmar que su castidad es equiparable a su belleza.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Está espantosamente borracho.
SÉPTIMO. Ya no estoy borracho, sino inspirado.
SEGUNDO VECINO. Sigue, sigue, quién sabe cuándo tendremos la ocasión de volver a escuchar algo así.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Vámonos. Ya está bien, hay trabajo que hacer.
SÉPTIMO: ¿Cómo que os vais? Y me dejáis aquí con mi plumaje en pecho todo desplegado y mis blancas alas alentadas de divinidad? Ah, pero ya veo que os dirigís a un lugar apartado donde poder hablar mal ininterrumpidamente del carácter del unicornio, pero de eso nada, ya os digo yo que de eso nada.
[Se baja de la piedra de montar y se planta ante la multitud que se dispone a pasar delante de él]. En medio de esta villa sin caridad, yo protegeré a esta noble, lechosa y fugaz bestia.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Dejadme pasar.
SÉPTIMO. No, ni hablar.
PRIMER CAMPESINO. Dejadlo en paz.
SEGUNDO CAMPESINO. Nada de violencia, que nos puede traer una desgracia.
[Intentan sujetar al CAMPESINO CORPULENTO]
SÉPTIMO. Le dejaré pasar por encima de mi cadáver. Pues no voy a permitir que se diga que hay una mancha, o un tachón, sobre la blancura más lechosa de una heroica bestia que se baña entre toques de tambores a la salida del sol, a la salida de la luna, y a la salida de la Osa Mayor, y por encima de todo, de esto no vais a decir nada, susurrar nada, publicar nada por ahí, por el resto de lavados que os quedan.
[EL CAMPESINO CORPULENTO lo derriba]
PRIMER VECINO. Lo has matado.
CAMPESINO CORPULENTO: Tal vez sí, tal vez no. Dejadlo ahí tirado. Hace un año, por la Candelaria, estrangulé a una bruja, y hoy es el día que estrangularé a otra. ¿Qué me importa a mí el tiparraco este?
TERCER VECINO. Vayamos por el barrio este de la villa. Los canasteros y los cedaceros saldrán a vender por allí.
CUARTO VECINO. De allí a la puerta del castillo no es sino un breve paseo.
[Suben por una de las bocacalles pero vuelven rápidamente confusos y temerosos]
PRIMER VECINO: ¿Estás seguro que era él?
SEGUNDO VECINO: ¿Con quién iba a confundir sino a semejante viejo espantoso?
TERCER VECINO: Hace siete años yo estaba a su lado cuando el fantasma se puso a hablar por su boca.
PRIMER CAMPESINO: Yo no lo había visto nunca antes. Por mi comarca no se le ha visto el pelo. No sé exactamente qué clase de tipo es, pero he oído hablar largo y tendido de él.
PRIMER VECINO. Cuando le viene el trance se le ponen los ojos vidriosos, y cuando está en trance su alma se escabulle, ocupando su lugar un extraño fantasma que habla por su boca.
TERCER VECINO: Yo estaba con él la última vez. “Traedme paja”, decía el viejo, “me pican los riñones”. Luego, de repente, se tumbó, y con los ojos vidriosos, abiertos de par en par, se puso a rebuznar como un asno. Fue entonces que el Rey murió y su hija se convirtió en Reina.
PRIMER CAMPESINO: Dicen que Cristo entró en Jerusalén a lomos de un asno y que es por eso que el animal reconoce a su legítimo soberano. Va por el país pidiendo limosna y no hay nadie que se la rechace.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Entonces está claro que no habrá quien aparte mi mano del pescuezo de esa, porque lo apretaré con más fuerza. Por mí que él se reboce de paja y rebuzne lo que quiera, que ella morirá.
PRIMER CAMPESINO: ¡Mirad! Por ahí viene desde lo alto de la loma, mirad cómo se le quedan mirando los locos.
SEGUNDO CAMPESINO: No seré yo quien le mire a los ojos esta noche. Vayamos a la plaza del mercado, estaremos más seguros en un lugar más grande.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Yo no tengo miedo, pero iré contigo. No se me escapa el pescuezo de esa.
[Salen todos menos SÉPTIMO. A continuación SÉPTIMO se incorpora y se sienta; le sangra la cabeza. Se la frota con los dedos y se queda mirando la sangre en sus dedos]
SÉPTIMO: ¡Villa de infieles! Primero, me dejan tirado en la calle, por así decirlo, y luego me masacran. Y encima estoy borracho, y por tanto, a falta de protección. No hay criatura que no esté a falta de protección en algún momento u otro. Incluso mi mujer fue una vez una cría frágil a falta de leche, de sonrisas, de amor, como en medio de un diluvio, a punto de ahogarse, por así decirlo.
[Entra un Viejo vagabundo de pelo y barba apelmazados, y ropa raída]
VIEJO VAGABUNDO: Quiero paja.
SÉPTIMO: Es todo obra de Tom Dichoso y de Pedro el del Pelícano morado. Son un par de poetastros de barrio que están celosos de mi fama, y se dedican a soliviantar a la gente.
[Ve al VIEJO VAGABUNDO]
Existe cierto ungüento medicinal que se obtiene a base de destilar alcanfor, corteza del Perú, tártago y mandrágora, y mezclarlo todo con doce onzas de perlas disueltas y cuatro onzas de aceite de oro. Este medicamento resulta infalible para detener el flujo de sangre. ¿No tendrá un poquito, Viejo?
VIEJO VAGABUNDO: Quiero paja.
SEPTIMUS. Ya veo que no me ha entendido, pero no importa, seremos amigos.
VIEJO VAGABUNDO: Quiero paja sobre la que acostarme.
SEPTIMUS. Lo mejor sin duda es que muera desangrado. Así, amigo mío, conseguiré desgraciar a Tom Dichoso y a Pedro el del Pelícano morado, pero es imprescindible que me muera en un sitio donde se pueda tomar nota de mis últimas palabras. De manera que me hace falta su apoyo.
[Se levanta, se acerca al VIEJO y se apoya en él]
VIEJO VAGABUNDO: ¿No sabe usted quién soy? ¿No tiene miedo? Cada vez que algo se me mete dentro, me pican los riñones. A continuación me tumbo, me hago un ovillo, me pongo a rebuznar y hay cambio de corona.
SÉPTIMO. ¡Anda! Qué inspirado está usted. Ciertamente somos hermanos. Venga, descansaré sobre su hombro y subiremos la loma juntos. Dormiré en el castillo de la Reina.
VIEJO VAGABUNDO: ¿Me va a dar paja para tumbarme o no?
SÉPTIMO. ¡Por todos los gamones! Aunque la verdad sea dicha, el gamón es una planta sobreestimada por los autores clásicos. Eso sí, por preferir, prefiero los gamones.
[Salen y se oye a los lejos a SÉPTIMO disertando entre murmullos acerca de los gamones. El
PRIMER VIEJO abre la ventana y toca con la muleta la ventana de enfrente. El SEGUNDO
VIEJO abre la ventana]
PRIMER VIEJO: Vía libre. Ya se fueron todos. Podemos seguir nuestra charla.
SEGUNDO VIEJO: El amanecer ya alumbra todo el castillo, y pronto el sol brillará con fuerza en la calle.
PRIMER VIEJO: Pronto bajará por la calle el chucho del tabernero.
SEGUNDO VIEJO: Ayer llevaba un hueso en la boca.
[TELÓN]
ESCENA II
El Salón del Trono del castillo.
Flanqueadas por columnas encontramos varias puertas con filigrana dorada, excepto a un lado, donde se encuentra un gran ventanal. La luz de la mañana se cuela de refilón por la ventana, propiciando sombras negras entre las columnas. A medida que avanza la escena, la luz, en un principio mortecina, se va haciendo contundente y plena, hasta que las sombras desaparecen. A través de la filigrana de las puertas se entrevén largos pasadizos. Uno de dichos pasadizos conduce directamente al aire libre. Al final del mismo se puede ver la luz del día. Hay un trono en el centro de la estancia, así como una escalinata que sube hacia él.
[El PRIMER MINISTRO, un hombre mayor de modales y voz impacientes, se dirige a un grupo de cómicos, entre los que se encuentra Nona, una hermosa y joven mujer rubia, de unos treinta y cinco años, resuelta. Se nota que es ella la que lleva las riendas de la compañía].
PRIMER MINISTRO: Conmigo no se juega. Fui yo quien elegí la obra; elegí “La historia trágica del diluvio de Noé” porque cuando Noé pega a su mujer para obligarle a entrar en el arca, todo el mundo lo comprende, todo el mundo está encantado, todo el mundo lo compara con la obstinación de mula de sus propias esposas, novias, hermanas. Y ahora, cuando resulta de vital importancia para el Estado que todo el mundo quede encantado, la obra no se puede poner en escena. La primera actriz está desaparecida, según dicen, y por alguna incomprensible razón, no hay quien pueda sustituirla. Pero yo sé a dónde quieren ir a parar con las pegas que le ponen a la obra. Prefieren algo que sea aburrido, poético, lleno de largos discursos. Pues es esa obra o nada. El ensayo debe dar comienzo inmediatamente y la función tendrá lugar al mediodía con absoluta puntualidad.
NONA: Llevamos buscando toda la noche, señor, y no la encontramos por ninguna parte. Se la oyó decir que prefería ahogarse antes que hacer el papel de una mujer de más de treinta años de edad. Teniendo en cuenta que la esposa de Noé es una mujer muy vieja, tenemos miedo de que se haya ahogado ciertamente.
[DÉCIMA, una mujer muy bella, asoma la cabeza de debajo del trono, donde se había
agazapado a escondidas]
PRIMER MINISTRO: ¡Eso es ridículo! Se trata de una conspiración. Su director debería estar aquí dando la cara. Él es el responsable. Ya pueden decirle cuando venga que si la obra no se pone en escena, la pienso meter en el calabozo un año y al resto de ustedes los pongo de patitas en la frontera.
NONA: Ay, señor, él no puede hacer nada. Ella hace lo que le da la gana.
PRIMER MINISTRO: Con que hace lo que le da la gana. Conozco a ese tipo de mujeres; sería capaz de poner el mundo patas arriba con tal de fastidiar a su esposo o a su amante. Seguro que tiene el cerebro de una vejiga llena de guisantes secos, un petate descarado y presuntuoso. Claro que él no podrá hacer nada, pero y a mí qué me importa.
[DÉCIMA mete la cabeza]: Que vaya a la cárcel él, sí, señor, alguien tiene que ir a la cárcel. Id y gritad el nombre de ella por todas partes. ¡Largaos de aquí! Dejadme oír cómo lo gritáis. Llamad al petate. Más alto. Más alto. [Salen los cómicos gritando, “¿Dónde estás, Décima?”] Ay, Adán, ¿por qué te quedaste dormido en el jardín? Deberías haber sabido que mientras estabas ahí tumbado, indefenso, el Viejo de ahí arriba te gastaría alguna broma pesada.
[Entra la joven REINA, con expresión ascética, tímida, en el rostro, ataviada con un vestido que no es de su talla].
¡Ajá!
REINA: Me presentaré ante la enojada multitud, tal y como deseáis. Estoy casi segura de estar preparada para el martirio. Llevo rezando toda la noche. Sí, estoy casi segura.
PRIMER MINISTRO: ¡Ajá!
REINA: He cumplido la edad de mi patrona, la venerable Santa Octema, cuando fue martirizada en Antioquía. Recordaréis que su unicornio estaba tan contento con sus muestras de austeridad, que se retorcía de emoción. Fue así que la tiraron de la silla de montar y fue pateada hasta la muerte por la muchedumbre. Qué duda cabe que si no hubiera sido por el unicornio, la gente la habría matado mucho antes.
PRIMER MINISTRO: No, vos no seréis martirizada. Ya me encargo yo de que eso no ocurra. Bastará una palabra mía para aplacar su enojo. ¿Quién os hizo ese vestido?
REINA: Era de mi madre. Lo llevó puesto el día de su coronación. No podía permitir que me hicieran uno nuevo. No me merezco ropas nuevas.
Siempre estoy pecando.
PRIMER MINISTRO: ¿Hay acaso pecado en un huevo que nunca ha sido incubado, que nunca lo han templado, hay pecado acaso en un huevo de tiza?
REINA: Ojalá me pareciera en todo a la venerable Santa Octema.
PRIMER MINISTRO: ¡Vaya si se las trae el vestido! Pero ya es demasiado tarde. No hay nada que hacer. Con suerte la muchedumbre de la esquina no se dará cuenta. El resto seguro que quedan deslumbrados con tanto derroche de encanto, dignidad y regias maneras. En cuanto al vestido, ya se me ocurrirá alguna excusa, alguna explicación. Recordad que nunca han visto vuestro rostro, y les pondréis de mal humor como no os arregléis el pelo de algún modo que no parezcáis una piltrafa.
REINA: Lo que daría por volver a mis plegarias.
PRIMER MINISTRO: ¡Caminad! Dejadme ver cómo camina vuestra Majestad. No, no, no. ¡Tenéis que mostraros más majestuosa! Si hubierais visto caminar a las reinas que yo he conocido. La moral de un dragón, pero caminar, caminaban. Dadle a la gente una imagen, por simple que sea, o se la inventarán igualmente. Poned como si es cara de águila, de buitre.
REINA: Como hay adoquines, podría ir descalza y gozar de una bendita penitencia. Fueron los pies ensangrentados de Santa Octema lo que le dio especial gusto al unicornio.
PRIMER MINISTRO: ¡Sigue dormido, Adán! Descalza, descalza, ¿decís? [Silencio] No hay tiempo ni para que os quitéis los zapatos ni las medias. Si os asomarais por esa ventana, veríais cómo la multitud se vuelve más perversa minuto a minuto. Acercaos [Le ofrece su brazo a la REINA]
REINA: ¿Tenéis algún plan para detener su furia y que así no me martiricen?
PRIMER MINISTRO: Mi plan será desvelado de cara a la gente y solo así.
[Salen]
[Entra NONA con una botella de vino y una langosta hervida, las coloca en medio del suelo. Se pone un dedo en el labio y se queda parada en el umbral de la puerta situada hacia el fondo del escenario]
DÉCIMA: [sale con cautela de su escondite, cantando]
'Él se fue' cantaba mi madre,
‘cuando me acostaba’.
Y mientras, empujaba la aguja
con hilo de oro y plata.
Empujaba el hilo, mordía el hilo,
y se hacía un vestido de oro,
Y mientras, lloraba porque había soñado
que yo había nacido para portar corona.
[Está acercando la mano a la langosta, cuando llega NONA y le ofrece el vestido y la máscara de la esposa de Noé, los cuales los iba cargando en su brazo izquierdo].
NONA: ¡Gracias a Dios que te he encontrado! [Se interpone entre ella y la langosta]. No, no hasta que no te pongas este vestido y esta máscara. Ahora que te he pillado no voy a dejar que te escondas de nuevo.
DÉCIMA: Muy bien, pero primero déjame que desayune.
NONA: No probarás un bocado hasta que te vistas para el ensayo.
DÉCIMA: ¿Sabes qué canción estaba cantando hace un momento?
NONA: Es esa canción que siempre estás cantando. La que se inventó Séptimo.
DÉCIMA: Es la canción de la loca de la hija cantarina de una ramera. La única canción que se sabía. Su padre era un marino borracho que se la pasaba esperando la marea alta, y aun así se creyó la predicción de su madre de que se casaría con un príncipe y se convertiría en una gran reina. [Canta]
‘Cuando la concebí’, mi madre cantaba,
oí llorar al gato marino.
Vi cómo caía en mi muslo
un copo de espuma.
Quién le culpa pues
de trenzar oro en mi cabello,
de soñar que llevo
la diadema de oro.
Hace un momento, mientras me escondía aquí me dio por pensar que hacía el papel de una reina, el papel de una gran reina; el único papel del mundo que sé hacer es el papel de una gran reina.
NONA: ¿Tú haciendo de reina? Tú, que naciste en una cuneta entre dos pueblos, envuelta en una sábana robada de un seto.
DÉCIMA: La reina es incapaz de representar su papel, pero yo podría hacerlo estupendamente. Yo podría inclinarme con todo mi cuerpo hasta los tobillos y podría mostrarme severa cuando así tocara. Ah, yo sabría poner todo el calor del verano en una mirada y a continuación todo el frío del invierno en mi voz.
NONA: Tú sólo sirves para el patio de comedias.
DÉCIMA: Me bastó un abrir y cerrar de ojos para llegar a esta conclusión, y justo en ese momento, cuando me estoy diciendo a mí misma que yo nací para codearme allá arriba con soldados y cortesanos, vienes tú a restregarme esa máscara y ese vestido, y a amenazarme con quitarme el desayuno a menos que acepte hacer el papel de bruja con un currusco de nariz y otro de barbilla, a la que el bestia de su marido le arrea con un palo porque se niega a subir a su bote de ganado junto al resto de gañanes. [Se lanza sobre la langosta]
NONA. No, no, no, no. Aquí no hay bocado que valga hasta que te pongas esto. Y recuerda que si no hay obra, Séptimo deberá ir a la cárcel.
DÉCIMA: ¿Le darán de comer mi pan seco?
NONA: Así es.
DÉCIMA: ¿Y le darán de beber un cuenco de agua vacío?
NONA: Así es.
DÉCIMA: ¿Y un lecho de paja?
NONA: Así es, y apenas un poco de paja, quién sabe.
DÉCIMA: Y cadenas de hierro que rechinen.
NONA: Así es.
DECIMA: ¿Y le tendrán ahí una semana entera?
NONA: Tal vez un mes.
DÉCIMA: Y le dirá al carcelero, ‘Estoy aquí por culpa de mi bella y cruel esposa, mi bella y atolondrada esposa’.
NONA: Puede que no, pues estará sobrio.
DÉCIMA: Pues si no lo dice, lo pensará, lo pensará cada vez que tenga hambre, cada vez que tenga sed, cada vez que sienta la dureza del suelo de piedra, cada vez que oiga chirriar las cadenas, y cada vez que lo piense se le antojaré más y más bella.
NONA: No, acabará odiándote.
DÉCIMA: Qué poco sabes tú del amor de un hombre. Si esa Sagrada Imagen de la Iglesia, allí donde pones todas esas velas por Pascua, fuera agradable y cordial,¿cómo es que volviste a casa con las dos rodillas en carne viva?
NONA: [entre lágrimas]. Ya veo, mujer cruel y perversa, ya veo que no vas a aceptar el papel ni muerta, ni a riesgo de que Séptimo vaya a la cárcel. Pobre genio, que no sabe cuidar de sí mismo.
[Al ver que NONA está distraída lloriqueando, DÉCIMA se lanza sobre la langosta y a punto está de hacerse con ella]
NONA: No, no, no, ¡he dicho que no hay bocado, ni gota que valga! Romperé la botella si te vuelves a acercar. No hay ninguna mujer en el mundo capaz de tratar a un hombre así, y eso que le juraste unión en la iglesia, sí, ni más ni menos, no vengas ahora a negármelo. [DÉCIMA hace otro intento, pero NONA, todavía con lágrimas en los ojos, se mete la langosta en el bolsillo]. Deja en paz la comida; ni bocado vas a probar. Yo nunca le he jurado unión a un hombre en la iglesia, pero de así hacerlo, por nada del mundo le trataría como al asno de un hojalatero, por supuesto que no, que a una la criaron como Dios manda. Mi madre siempre me decía que no era ninguna bagatela llevar a un hombre al altar.
DÉCIMA: Tú lo que pasa es que estás enamorada de mi marido.
NONA: Ahora resulta que porque no quiero verlo en la cárcel, vas y dices que estoy enamorada de él. Sólo una mujer sin corazón sería capaz de pensar que es imposible sentir piedad por un hombre sin estar enamorada de él. Una como tú, que nunca ha sentido piedad por nadie. Pero yo no voy a permitir que lo metan en la cárcel, si tú no aceptas el papel, lo haré yo misma.
DÉCIMA: Cuando me casé con él, le hice jurar que nunca actuaría con nadie excepto conmigo, y tú lo sabes bien.
NONA: Sólo esta vez y en un papel que no compromete a nadie.
DÉCIMA: Así comienza la cosa y luego no pararías de susurrarle cosas para que el público no las oyera.
NONA: Séptimo romperá su juramento, pues yo me sé el papel de memoria. Todos y cada uno de sus versos.
DÉCIMA: Séptimo no rompería su juramento por nadie en este mundo.
NONA: Hay una persona en el mundo por la que él estaría dispuesto a romper su juramento.
DÉCIMA: ¿Con qué me vienes ahora si puede saberse?
NONA: Lo romperá por mí.
DÉCIMA: Tú estás loca.
NONA: Una tiene sus secretos.
DÉCIMA: ¿Qué es lo que te estás guardando? ¿Es que acaso has hecho manitas con Séptimo
por las esquinas, dándole consuelo por la mala mujer que tiene, mientras él se desahogaba hablando de mí?
NONA: Tú crees que eres dueña de cada uno de sus pensamiento, porque eres un demonio.
DÉCIMA: Porque soy un demonio soy dueña de cada uno de sus pensamientos. Ya sabes como dice su propia canción. El hombre habla primero [canta]: ‘Quítate esa máscara de oro candente, de ojos verde esmeralda’. Y a continuación le responde la mujer, ‘Ay, no, querido, con qué audacia distingues los corazones sabios y salvajes, y no por ello fríos’.
NONA: Es mentira que todos sus pensamientos te los dedique a ti. De hecho se le olvida que existes en cuanto te pierde de vista.
DÉCIMA: Entonces mira lo que llevo bajo el corpiño. Nada más y nada menos que un poema donde se alaban todos mis encantos, uno tras otro, mis ojos, mi pelo, mi piel, mis curvas, mi buena disposición, mi inteligencia, todo. Y son un montón de estrofas, que te conste. Y aquí tengo también otro más pequeño que me dio ayer por la mañana. Lo había echado de la cama y no le quedó más remedio que acostarse él solo.
NONA: ¡Que lo echaste de la cama!
DECIMA: Y como estaba ahí solo, incapaz de dormir, se le ocurrió esto, deseoso de ser ciego y de no preocuparse por contemplar mi belleza. ¡Escucha lo que dice! [vuelve a cantar]
Ay, si yo fuera un viejo vagabundo
Sin más amigo en este mundo
Que un truhán chucho macilento,
Un vagabundo ciego de nacimiento;
Todo menos un hombre
Solo y loco en su cama
Con los recuerdos
De su bella amada.
NONA: Solo y loco en su cama, ciertamente. Conozco ese poema, es bastante largo, con varias estrofas; lo conozco hasta lastimarme, a pesar de no haber leído una sola de sus palabras. Cuatro versos en cada estrofa, una rima precisa, y catorce estrofas en total, ¡maldita sea su estampa!
DÉCIMA: [saca un manuscrito del corpiño]. Sí, catorce estrofas. Vienen numeradas y todo.
NONA: Y ahí tienes otro de diez estrofas de cuatro y tres versos.
DECIMA: [echando un vistazo a otro manuscrito]. Sí, las estrofas de este son de cuatro y tres versos. Pero, ¿cómo sabes tú todo eso? Yo los llevo aquí guardados. Son un secreto entre él y yo, y nadie los puede ver hasta que han descansado un buen rato junto a mi corazón.
NONA: Habrán descansado junto a tu corazón, pero fueron realizados sobre mi hombro. Ay, y por toda mi columna abajo a altas horas de la madrugada; tantos intentos de rima, y con cada rima un chasquido de dedos.
DÉCIMA: ¡Dios mío!
NONA: Ese de las catorce estrofas me tuvo sin dormir dos horas, y una vez hubo terminado las estrofas se pasó otra hora más acostado boca arriba, otra hora blandiendo el brazo en el aire para hacer la música. Por el afecto que le tenía, me hice la dormida con ese y otros muchos poemas, pero cuando hizo ese corto que cantaste antes, quedó tan satisfecho que entre dientes se le escapó eso de que dormía solo y loco en su cama pensando en ti. De manera que le dije, “¿Es que acaso yo no te resulto hermosa? Date la vuelta y mira. Vamos, no te cortes, porque yo sé gustar a un hombre incluso cuando solo hay una candela. [Coge un par de tijeras que le cuelgan del cuello y se dispone a cortar el vestido para la esposa de Noé]. Y ahora ya sabes por qué puedo hacer el papel a pesar tuyo y sin que me saquen a patadas. Quédate con Séptimo si quieres, que a mí me da igual. Voy a recortar este pingo y a volver a darle unas puntadas. Tengo aguja e hilo listos.
[Llega el DIRECTOR ESCÉNICO tocando una campana. Le siguen varios actores, todos vestidos de lo que parecen fieras diversas]
DIRECTOR ESCÉNICO: Poneos esa máscara y vestíos. ¿Qué haces ahí parada como estuvieras en trance?
NONA: Décima y yo hemos tenido una pequeña charla y hemos acordado que yo haré el papel.
DIRECTOR ESCÉNICO: Como queráis. Menos mal que es un papel que lo puede hacer cualquiera. Todo lo que tiene que hacer es imitar los graznidos de una vieja. Ya estamos todos, menos Séptimo, y no podemos esperar por él. Yo leeré la parte de Noé. Estoy seguro que estará aquí antes de que terminemos. Supondremos que el público estará de este lado, y que el Arca estará de aquel otro, con una pasarela por la que trepen las fieras. Todas las fieras, amontonaos del lado del apuntador. Dejad el sombrero y la capa de Noé hasta que llegue Séptimo. Como la primera escena es entre Noé y las fieras, podéis seguir con la costura.
DÉCIMA: No, primero me tenéis que oír. Mi marido lleva noches acostándose con Nona, y por eso ella ahora está ahí sentada dando tijeretazos y puntadas con esos aires de diva.
NONA: Ella lo tiene amargado, se sabe todos los trucos para destrozarle el corazón a un hombre. Él vino a mí con sus tribulaciones, parece que le fui de consuelo, y sí, ¿por qué habría de negarlo? Ahora es mi amante.
DÉCIMA: Ya le quitaré yo a esa esos aires de diva. Yo he sido una peste para él. Ah, claro, yo he sido una comadreja, una rata, un erizo, y un turón, y todo porque estaba harta de él. ¡Y a Dios gracias! Ella se lo ha agenciado y yo soy libre. Yo tiré a la basura un papel y tiré a la basura un hombre y ella va y recoge ambos.
DIRECTOR ESCÉNICO: Me da la sensación de que todo eso es asunto que solo os concierne a vosotras dos. Es cosa vuestra y no nuestra. No veo por qué habríamos de retrasar el ensayo.
DÉCIMA: A mí no me apetece ensayar todavía. Quiero saborear esta nueva libertad. Tengo que encontrar a alguien que baile conmigo un rato. Venga, aquí hace falta un poco de música. [Coge un laúd de entre el atrezo]. No todo van a ser garras y pezuñas.
DIRECTOR ESCÉNICO: Sólo tenemos una hora para repasar toda la obra.
NONA: ¡Eh! Se ha llevado mis tijeras; no es cierto que no le importe. ¡Miradla! Está loca. ¡Quitádselas! ¡Sujetadle la mano! O me mata o se mata. [Al DIRECTOR ESCÉNICO] Y Usted, ¿por qué no interviene? Dios mío. Me va a matar.
DÉCIMA: Toma, Pedro. Toca tú el laúd.
[Se pone a asestarle tijeretazos a las plumas en el pecho del Cisne].
NONA: Todo eso lo hace para boicotear el ensayo, por pura venganza; y Usted se queda ahí parado sin hacer nada.
DIRECTOR ESCÉNICO: Si te ha cogido el esposo, ¿se puede saber por qué no te guardaste la noticia para ti solita hasta que terminara la obra? Ahora me los va a volver locos a todos. Lo veo en sus ojos.
DÉCIMA: Ahora que he echado a Séptimo en brazos de esa, escogeré otro hombre nuevo para mí. ¿Serás tú, Pescuezo de Pavo? ¿O tú, Cabeza de Toro?
DIRECTOR ESCÉNICO: No hay nada que hacer. Y es todo culpa tuya. Si Séptimo no es capaz de poner en vereda a su mujer, no seré yo quien lo haga.
[Se sienta desmoralizado]
PRIMER ACTOR [está a cuatro patas, hace de Toro]. Vente a vivir conmigo, amorcito
DÉCIMA: Baila, Cabeza de Toro. [El Toro baila]. Eres lento de patas.
PRIMER ACTOR: Seré lento y lo que tú quieras, pero en potencia tanto en las patas delanteras como en el miembro detrás no hay quién me gane.
DÉCIMA: Estás demasiado corpulento y eso significa que estás celoso, y en tu voz detecto cierta melancolía. Qué locura esta, ahora que he encontrado el amor, tener que estirarme y bostezar como si amara de verdad.
SEGUNDO ACTOR [va disfrazado de Pavo]. Vente a vivir conmigo, amorcito, pues a la vista está que mi apetito es de lo más animoso. Mira qué gorguera de plumas tengo, qué moco rojo, qué pavoneo me gasto, qué risita la mía.
DÉCIMA: Baila, baila. [El Pavo baila]. Ay, Pavito, eres ligero de patas. Contigo me resultaría difícil esconderme si fueras tras de mí. ¿Crees acaso que te sería fiel?
SEGUNDO ACTOR: No, ni tú ni yo somos de esa pasta. Lo mío es coleccionar mujeres.
NONA: Eres un desgraciado.
SEGUNDO ACTOR: Tú date con un canto en los dientes ahora que tienes hombre.
DÉCIMA. Vaya, nos ha salido listillo, el Pavito. Lo veo en el brillo de tus ojos, pero no estoy para que nadie me caliente la cabeza. Vamos, a bailar se ha dicho, todo el mundo. Ya me encargo yo de escoger al mejor bailarín.
PRIMER ACTOR. No, deja que nos lo juguemos a suertes. A mí se me da mejor eso.
DÉCIMA: Vamos, vamos, a bailar se ha dicho.
[Todos bailan alrededor de DÈCIMA].
DÉCIMA [cantando]:
Con quién me quedo,
Con una bestia o con un ave,
La reina Pasífae optó por un toro,
Mientras que la pasión por un cisne
Hizo languidecer y bostezar a la reina Leda,
Así pues bailad, enloqueced,
Hasta que la reina Décima dé con su favorito.
[Coro].
Así pues bailad, enloqueced,
Hasta que la reina Décima dé con su favorito.
DÉCIMA:
De salto en salto y a horcajadas,
a zancadas y con pavoneo,
¿Ave o bestia?
Nombre de la pluma o el pellejo
Para mi único consuelo
[Coro].
Así pues bailad, enloqueced,
Hasta que la reina Décima dé con su favorito.
DÉCIMA:
Nadie se ha percatado que el amor que se encuentra,
Ya sea un simple pajarillo o una bestia en toda regla;
Pajarillo o bestia, lo mismo da,
Con su cabeza hueca sobre mi pecho terminará.
Coro.
Así pues bailad, enloqueced,
Hasta que la reina Décima dé con su favorito.
DIRECTOR ESCÉNICO: Basta, basta, aquí tenemos a Séptimo.
SÉPTIMO: Aún la sangre hace acto de presencia en su rostro, pero hay un poco más de sobriedad. Acercaos, pues he de anunciar el fin de la Era Cristiana, la llegada de una Nueva Dispensa, la del Nuevo Adán, la del Unicornio; pero pardiez, es tan casto, casto y reticente.
DIRECTOR ESCÉNICO: Este no es el momento de venir con discursitos panfletarios sobre vuestra nueva obra.
SÉPTIMO: Sus hijos no natos son meras imágenes. Nosotros nos limitamos a jugar con imágenes.
DIRECTOR ESCÉNICO: Continuemos con el ensayo, por favor.
SÉPTIMO: No; mejor nos preparemos para morir. La multitud viene subiendo la loma portando horcones y vienen dispuestos a metérnoslos hasta las entrañas. También están quemando haces de paja para que arda el tejado.
PRIMER ACTOR: [que se ha acercado a la ventana]. Dios mío, es cierto. Hay un montón de gente al pie de la loma.
SEGUNDO ACTOR: Pero ¿por qué habrían de atacarnos?
SÉPTIMO: Porque somos los siervos del Unicornio.
TERCER ACTOR: [junto a la ventana]. Dios mío, tienen horcones de estiércol y hoces amarradas a varas y vienen hacia aquí.
[Varios actores se arremolinan junto a la ventana].
SÉPTIMO: [que ha encontrado la botella y está bebiendo de ella]. Hay quien morirá como Catón, hay quien lo hará como Cicerón, otros como Demóstenes, venciendo triunfantes a la muerte en sonora elocuencia, o como diría el ingenioso de Petronio Árbitro, contaré cuentos ingeniosos y escandalosos; pero hablaré, no, cantaré como si la muchedumbre hubiera desaparecido. Clamaré contra el Unicornio por su castidad. Le instaré para que pisotee de muerte a la humanidad y conciba una nueva raza. Le daré incluso rima a mi clamor, y todos saldrán corriendo suavecito, suavecito, pues aun haciendo volar la tierra por los aires con dinamita, no es más que chusma en definitiva.
Contra el redondo ojo azul clamo.
Maldito sea el cuerno blanco lechoso.
Un sonido potente, un sonido que perdure en el oído, latente, mordiente, urgente, Dios mío. Estoy demasiado sobrio para acertar con la rima. [Bebe
y a continuación coge un laúd]. Una tonada con la que mis asesinos recuerden mis últimas palabras y se las canturreen a sus nietos.
[Durante los siguientes parlamentos permanece ocupado componiendo su tonada].
PRIMER ACTOR: Los actores de este pueblo están celosos. ¿Acaso no nos han elegido a nosotros antes que a ellos, porque somos los cómicos más famosos del mundo? Son ellos los que han azuzado a la gente.
TERCER ACTOR: Cuando actuamos en Xanadú mi actuación fue tan magnífica, que los hombres que manejaban los hilos en el espectáculo de marionetas dejaron todas las marionetas boca abajo y vinieron a echarme un vistazo.
CUARTO ACTOR: ¡Lo que hay que oír! ¡Su actuación, dice! Os voy a pedir que digáis la verdad, y si sois hombres honestos estaréis conmigo en que fue mi actuación la que atrajo al pueblo entero. Pero si hasta Kubla Khan me apodó El ruiseñor hablador.
QUINTO ACTOR: ¡Dios mío, qué barbaridad! ¿No es el cómico el que siempre arrastra a la gente al teatro? ¿Estoy soñando, o acaso no fui yo a quien reclamaron hasta seis veces delante del telón? A ver, respondedme.
SEXTO ACTOR [junto a la ventana]. Alguien está arengando a la masa. No logro ver quién es.
SEGUNDO ACTOR: Apuesto que les está diciendo que claven haces de paja ardiendo y que los coloquen entre los travesaños. Eso es lo que hicieron en la vieja trama de “La quema de Troya”. Apuesto que quieren quemar la casa entera.
QUINTO ACTOR [se acerca desde la ventana]. Yo me voy de aquí ahora mismo.
OTROS ACTORES: Yo igual, yo igual [Salen].
PRIMER ACTOR: ¿Tenemos que ir así vestidos?
SEGUNDO ACTOR: No hay tiempo para cambiarse, y además, de estar cercada la loma, siempre podemos juntarnos en alguna grieta de las rocas donde sólo se nos pueda ver desde lejos. Se pensarán que somos una manada de vacas o una bandada de pájaros.
[Salen todos menos SÉPTIMO, DÉCIMA y NONA. NONA está haciendo un hatillo con el sombrero de Noé, la capa y otros efectos personales. DÉCIMA observa a SÉPTIMO].
SÉPTIMO: [mientras los actores salen]. ¿Y me dejan morir aquí solo? No os culpo. Hay coraje en el vino tinto, en el vino blanco, en la cerveza, incluso en la cerveza aguada que vende el tabernero arruinado, pero no queda nada en el corazón humano. Cuando mi maestro, el Unicornio, se baña bajo la luz de la Osa Mayor, entre repique de tambores, hasta el agua dulce del río le emborracha; pero qué frío hace, ¡pardiez, si hace frío!
NONA: Tú cargarás con esto. El resto lo llevaré yo y así podremos salvar todo.
[Se dispone a atar un voluminoso fardo de pertenencias a la espalda de SÉPTIMO]
SÉPTIMO: Tienes razón. Acepto el reproche. Puesto que los demás se han unido a la muchedumbre, es necesario que nosotros que somos los últimos artesanos salvemos los símbolos e instrumentos de nuestro arte. Debemos preservar la capa de Noé, la chistera de Noé, el rostro dorado del Todopoderoso, así como los cuernos de Satán.
NONA: A Dios gracias que todavía te tienes en pie.
SÉPTIMO: Átamelo todo a las espaldas, que te voy a contar el gran secreto que me ha venido a la mente con el segundo lingotazo. El hombre no es nada hasta que se vincula a un símbolo. Veamos, el Unicornio es tanto un símbolo como una bestia. Solo por eso es que da la talla como el nuevo Adán. Pondremos todo a salvo, nos iremos a las grandes mesetas de África, daremos con el establo del Unicornio y entonaremos una canción de boda. Estaré frente a frente al terrible ojo azul.
NONA: Ahí tienes el fardo bien amarrado. [Se dispone a hacer otro hatillo para cargarlo ella].
SÉPTIMO: Tú harás música iónica - música con ojos puestos sobre esa voluptuosa Asia – la escala dórica no hará sino confirmar su castidad. Una nota dórica puede ser nuestra perdición, pero ante todo debemos cuidarnos de hablar de Delfos. El oráculo es casto.
NONA: Listo, vámonos.
SÉPTIMO: Si no somos capaces de embargarle de deseo, entonces se merecerá la muerte. Hasta a los unicornios se les puede dar muerte. Lo que más les espanta en este mundo es una clavada de cuchillo bañado en sangre de serpiente muerta mientras contemplaba una esmeralda.
[NONA y SÉPTIMO, a punto de salir, NONA delante de SÉPTIMO].
DÉCIMA: Atrás, no os atreváis a dar ni un solo paso.
SÉPTIMO: Hermosa como el unicornio, pero feroz.
DÉCIMA: Cerré los portones para que pudiéramos hablar.
[A NONA se le cae el sombrero de Noé del susto].
SÉPTIMO: Me parece muy pero que muy bien. Habla conmigo hoy que estoy de lo más inspirado.
DÉCIMA: No abriré los portones hasta que me prometas que la echarás de la compañía.
NONA: No le hagas caso; quítale la llave.
SÉPTIMO: Si no fuera su marido, le cogería la llave, pero como soy su marido, se pone terrible. El Unicornio se pone terrible cuando ama.
NONA: Tienes miedo.
SÉPTIMO: ¿Por qué no se la quitas tú? A ti no te ama, así que no se pondrá terrible.
NONA: Si es que te queda algo de hombre, serás tú quien se la quite.
SÉPTIMO: Soy más que hombre, soy tremendamente sabio. Le cogeré la llave.
DÉCIMA: Si das un paso hacia mí, tiraré la llave por la rejilla de la puerta.
NONA: [empujándole hacia atrás]. No te acerques a ella; si tira la llave por la rejilla, no habrá manera de escapar. La multitud nos encontrará y nos asesinará.
DÉCIMA: Abriré el portón cuando me jures que la sacarás de la compañía, y que nunca le volverás a dirigir la palabra ni volverás a mirarla, un juramento terrible.
SÉPTIMO: Estás celosa; es muy malo estar celoso. Cualquiera estaría perdido, incluso yo no estoy del todo en mis cabales. [Vuelve a beber]. Ahora está todo claro.
DÉCIMA: Me has sido infiel.
SÉPTIMO: Yo solo soy infiel cuando estoy sobrio. Nunca confíes en un hombre sobrio. Por todas partes hay infieles. Nunca confíes en un hombre que no se ha bañado bajo la luz de la Osa Mayor. Te prevengo contra todo hombre sobrio desde lo más profundo de mi corazón. Tan tremenda es mi sabiduría.
NONA: Júraselo, no es más que un juramento lo que quiere. Júrale lo que quiera. Si te demoras, nos matarán a todos.
SÉPTIMO: Entiendo. Quieres decirme que un juramento se puede romper, especialmente si se trata de un juramento compulsivo, pero no, te digo que no, ciertamente no. ¿Acaso soy un sobrio granuja, uno de esos contra los que te acabo de prevenir? ¿Pretendes que me perjure ante los mismísimos ojos de Delfos, ante los mismísimos ojos de aquel oráculo gélido y rocoso? Lo que prometo lo cumplo, así que mi cariñito, no voy a prometer nada en absoluto.
DÉCIMA: Entonces, esperaremos aquí. Entrarán por todas partes portando horcas de estiércol con haces de paja candente. Meterán los haces candentes entre el tejado y nos quemarán vivos.
SÉPTIMO: Clamaré contra esa bestia. La era cristiana ha tocado a su fin, pero por culpa de las maquinaciones de Delfos, nunca llegará a convertirse en el nuevo Adán.
DÉCIMA: Me las vais a pagar. Ella me mató de hambre, pero yo la mataré a ella.
NONA: [se abalanza sobre DÉCIMA por detrás y le arrebata la llave] ¡La tengo, la tengo!
[DÉCIMA intenta recuperar la llave pero SÉPTIMO la detiene].
SÉPTIMO: Soy un hombre fuerte, puesto que no he cometido perjurio: una violenta criatura virginal, así aparece en El gran bestiario de París.
DÉCIMA: Id, pues. Yo me quedaré aquí, lista para morir.
NONA: Vámonos. Apenas hace media hora se estaba ofreciendo a todos los hombres de la compañía.
DÉCIMA: Si me fueras fiel, Séptimo, no dejaría que ningún hombre me tocara.
SÉPTIMO: Caprichosa, pero hermosa.
NONA: Es una mala mujer.
[NONA sale corriendo].
SEPTIMUS. Una hermosa, mala y caprichosa mujer. Salgo, salgo, pero a mi ritmo. Me llevaré este noble sombrero. [Con cierta dificultad recoge el sombrero de Noé]. Pondré a salvo el noble sombrero de copa de Noé. Lo llevaré puesto con la dignidad que le corresponde. Saldré despacio para que vean que no tengo miedo [cantando]:
Contra el redondo ojo azul clamo.
Maldito sea el cuerno blanco lechoso.
Pero ni una palabra de Delfos.
Qué extraordinaria sabiduría la mía. [Sale].
DÉCIMA: Traicionada, traicionada, y por una cualquiera. Por una mujer a la que un hombre puede zarandear y manejar a su gusto. Una que hasta ahora nunca picó más allá de un apuntador o un casero. [Entra el VIEJO VAGABUNDO]. Y Usted, viejo, ¿ha venido a matarme?,
VIEJO VAGABUNDO: Estoy buscando paja. Pronto tendré que acostarme y rodar, y ¿dónde encontraré la paja donde rodar? Eché un vistazo por la cocina y me dijeron, “lárguese”. Se persignaron como si fuera el diablo quien me pusiera a rodar.
DÉCIMA: ¿Cuándo vendrá la muchedumbre a matarme?
VIEJO VAGABUNDO: ¿Matarte? No es a ti a quien van a matar. Es el picor en la espalda que tengo lo que les arrastra hasta aquí, pues cada vez que rebuzno como un burro, se produce un cambio en la corona.
DÉCIMA: ¿La corona? De manera que es a la reina a la que van a matar.
VIEJO VAGABUNDO: Pero, querida, ella no puede morir hasta que yo ruede por los suelos y rebuzne, y yo te susurraré quién será el que ruede. Fue el burro el que transportó a Cristo hasta Jerusalén, y es por eso que es tan orgulloso; y es por eso que sabe cuándo ha llegado la hora de un nuevo rey o reina.
DÉCIMA: ¿Usted no está harto de este mundo, viejo?
VIEJO VAGABUNDO: Sí, así es, pues cuando ruedo y rebuzno me quedo dormido. No me entero de nada, y eso es muy triste. Tan solo me acuerdo del picor en la espalda. Pero debo dejar de hablar y encontrar algo de paja.
DÉCIMA [coge las tijeras]: Viejo, me las voy a clavar en el corazón.
VIEJO VAGABUNDO: No, no; no hagas eso. Tú no sabes lo que te espera cuando te mueras. A saber en el gaznate de quién te tocará cantar o rebuznar. Tú tienes pinta de pitonisa. Quién sabe si te pondrán a predecir la muerte de los reyes; y que conste que yo no admito rivales, sería incapaz de soportar un rival.
DÉCIMA: Me ha traicionado un hombre que además me ha dejado en ridículo. Y dígame una
cosa, viejo, ¿los muertos hacen el amor, encuentran buenos amantes?
VIEJO VAGABUNDO: Te voy a susurrar otro secreto más. La gente puede hablar lo que quiera, pero yo no he sabido de otra criatura que venga de allá, a excepción del viejo borrico. No creo que por allí haya nada más. Quién sabe si tiene todo el sitio para él solito. Ay, mira, me está picando la espalda y aún no he encontrado ni brizna de paja.
[Sale. DÉCIMA apoya las tijeras sobre el brazo del trono y está a punto de presionar su cuerpo contra ellas, cuando entra la REINA]
REINA: [la sujeta]. No, no, eso sería un gran pecado.
DÉCIMA: ¡Vuestra Majestad!
REINA: Yo pensaba que moriría como una mártir, pero eso sería diferente, eso sería morir por gloria de Dios. La venerable Santa Octema sí fue una mártir.
DÉCIMA: Soy muy infeliz.
REINA: Yo también soy muy infeliz. Cuando vi aquella multitud furiosa, y supe que deseaban matarme, aun queriendo ser mártir, tuve miedo y salí corriendo.
DÉCIMA: Yo no habría salido corriendo. Ay, no, pero es difícil también clavarse un cuchillo en carne propia.
REINA: Estarán aquí en cualquier momento, echarán abajo la puerta, y entonces ¿cómo escaparé?
DÉCIMA: Si me confundieran con Vos, lograría escapar.
REINA: Sería incapaz de permitir que otra persona muriera por mí. Eso estaría muy mal.
DÉCIMA: Por eso no os preocupéis, vuestra Majestad, moriré no importa lo que Vos hagáis. Pero si al menos me pudiera poner ese brocado de oro y esos zapatos de oro por un momento, no se me haría tan difícil morir.
REINA: Dicen que aquellos que mueren por salvar a un legítimo soberano dan muestra de gran virtud.
DÉCIMA: ¡Rápido! El vestido.
REINA: Si te mataras se perdería tu alma, y ahora tienes la oportunidad de ganarte el cielo.
DÉCIMA: Rápido, ya los oigo venir.
[DÉCIMA se pone la túnica de mando de la REINA y sus zapatos. Debajo de la túnica de mando la REINA lleva una especie de atuendo monjil. El siguiente parlamento es pronunciado por la REINA mientras ayuda a DÉCIMA a enfundarse el vestido y a calzarse]
REINA: ¿Fue amor? [DÉCIMA asiente.] Vaya, qué gran pecado. Yo nunca he conocido el amor. De todas las cosas, esa es la que más pavor me ha dado. Santa Octema se encerró en una torre en lo alto de una montaña porque la amaba un hermoso príncipe. Me daba miedo que me entrara por el ojo y se apoderara de mí al instante. No soy buena por naturaleza, y dicen que la gente hace cualquier cosa por amor, da tanta dulzura. Incluso Santa Octema tenía miedo del amor. Pero tú escaparás a todo eso y te elevarás ante Dios como una virgen pura. [El cambio es ahora completo]. Adiós, sé cómo
escabullirme de aquí. Hay un convento donde me aceptarán. No es ninguna torre, es tan solo un convento, pero hace tiempo que quiero ir allí a perder mi nombre y desaparecer. Siéntate en el trono y gira el rostro a un lado, sino lo haces, te dará miedo.
[La REINA sale. DÉCIMA está sentada en el trono. Una gran multitud se arremolina fuera de los portones. Entra un OBISPO].
OBISPO: Vuestro fiel pueblo viene a ofreceros sus respetos, vuestra Majestad. Me inclino ante Vos en su nombre. Vuestra soberana voluntad, comunicada por boca del Primer Ministro, les ha llenado de gratitud. Queda aclarado todo malentendido, las aguas vuelven a su cauce gracias a vuestra condescendencia en la concesión de vuestra soberana mano al Primer Ministro. [A la multitud] Su Majestad, quien hasta ahora se mantenía encerrada, alejada de la mirada de todo hombre, para así poder rezar por su reino con toda tranquilidad, se mostrará ante su gente de ahora en adelante.
[A la REINA CÓMICA] Una reina tan hermosa no ha de temer nunca la desobediencia de su gente [gritos de ‘nunca’ se oyen entre la multitud].
PRIMER MINISTRO [entra apresurado]: Os lo explicaré todo, vuestra Majestad, no había más que hacer, este Obispo ha sido llamado para unirnos. [Al ver a la REINA]: pero, ¡por las barbas somnolientas de Adán! Y esta, ¿y esta quién es?
DÉCIMA: La emoción que os embarga es tan grande que no os salen las palabras. No os molestéis en hablar.
PRIMER MINISTRO: ¡Esta, esta!
DÉCIMA [levantándose]: Yo soy reina. Yo sé lo que es ser reina. Si yo os dijera que tengo un enemigo, lo mataríais, lo despedazaríais vivo. [Gritos: ‘lo mataríamos’, ‘lo despedazaríamos vivo’, etc.]. Pero yo no os estoy pidiendo que matéis a nadie, os estoy pidiendo que obedezcáis a mi marido una vez lo ascienda al trono. No es de sangre real, pero es mi decisión ascenderlo al trono. Esa es mi voluntad. Demostradme que lo obedeceréis tal y como os lo pido. [Gran ovación].
[SÉPTIMO, que ha estado presenciando la escena entre la multitud, da un paso al frente y le coge al PRIMER MINISTRO por la manga. Varias personas besan la mano de la supuesta REINA].
SÉPTIMO: Mi Señor, esa no es la reina; esa es mi mala mujer. [DÉCIMA se les queda mirando].
PRIMER MINISTRO: ¿Vieron eso? ¿Vieron acaso al diablo dibujado en su mirada? Están locos por su cara bonita, y ella lo sabe. No creerán ni una palabra que yo diga; no hay nada que hacer hasta que se calmen.
DÉCIMA: ¿Están aquí todos mis fieles siervos?
OBISPO: Todos, mi Majestad.
DÉCIMA: ¿Todos?
PRIMER MINISTRO [inclinándose todo lo que puede]: Todos, mi Majestad.
DÉCIMA [canta]:
Tiró del hilo, mordió el hilo.
E hizo un vestido dorado.
Traedme esa bandeja de langosta y esa botella de vino. Mientras como, le echaré un buen vistazo a mi nuevo hombre.
[Le acercan bandeja y botella de vino. Se oye el rebuzno de un burro y entra a rastras el VIEJO VAGABUNDO]
OBISPO: Finalmente hemos dado con el impostor. La nación al completo lo aceptó como si fuera la mismísima voz de Dios. Como si la corona no se pudiera asentar sobre ninguna cabeza sin su ayuda. [Entre la multitud se oyen gritos de "impostor", "truhán", etc.]. Está claro que estaba confabulado con los conspiradores, y pensó que su Majestad había muerto. Y sigue en su empeño. Vean esa mirada vidriosa en sus ojos. Pero esos aires de loco no le van a ser de mucha ayuda.
PRIMER MINISTRO [zarandea a SÉPTIMO]. ¿No entiendes que se ha producido un milagro, que Dios o el Demonio ha hablado, y que la corona está en la cabeza de esta mujer para quedarse, que así el destino lo ha rebuznado en los labios de ese hombre? [A voz en grito]. Lo colgaremos por la mañana.
SÉPTIMO: Es mi esposa.
PRIMER MINISTRO: Ha habido cambio de corona y eso no tiene remedio. ¡Por las barbas somnolientas de Adán! Esa mujer ha de ser mi esposa. Así lo ha dispuesto el Oráculo. Llevadlo al calabozo.
SÉPTIMO: Es mi esposa, mi mala y caprichosa esposa.
PRIMER MINISTRO: Llevaros a este hombre. Ha susurrado calumnias contra su Majestad. Desterradlo más allá de los límites del reino y encontrad a la compañía de cómicos a la que pertenece. Quedan igualmente desterrados y no deben regresar, so pena de muerte. Y ahora, mi Señor Obispo, estoy listo.
DÉCIMA [cantando],
Ella lloraba porque había soñado que yo había nacido para portar corona.
[Le arroja la pezuña de langosta al PRIMER MINISTRO]: Venid a cascar la garra.
FIN
LA REINA CÓMICA
- W.B. YEATS -
(1907)
ELENCO DE PERSONAJES
Décima
Séptimo
Nona
La Reina
El Primer Ministro
El Obispo
El director escénico
El tabernero
Un viejo vagabundo
Viejos, viejas
Vecinos, campesinos, cómicos
Escena I: Espacio abierto en la confluencia de tres calles
Escena II: El Salón del Trono
ESCENA I
Espacio abierto en la confluencia de tres calles. Se puede ver un tramo de estas calles, que a cierta altura se dobla, apreciándose una parte desnuda de muro iluminado con una lámpara colgante. Contra la pared iluminada se perfilan las cabezas y hombros de dos viejos. Están asomados desde las ventanas de arriba, uno a cada lado de la calle. Llevan puestas grotescas máscaras. Ligeramente a un lado del escenario se encuentra una voluminosa piedra desde la que montar un caballo. Las viviendas tienen aldabas.
PRIMER VIEJO: ¿Alcanza Usted a ver el Castillo de la reina? Tiene usted mejor vista que yo.
SEGUNDO VIEJO: Veo que se eleva por encima de los tejados de las casas sobre aquel enorme peñasco.
PRIMER VIEJO: ¿Ya ha salido el sol? ¿Toca ya la torre?
SEGUNDO VIEJO: Empieza a asomarse por la torre, pero estas callejuelas seguirán a oscuras un buen rato todavía [Pausa]. ¿Alcanza Usted a oír algo? Tiene usted mejor oído que yo.
PRIMER VIEJO: No, todo está tranquilo.
SEGUNDO VIEJO: Hará cosa de una hora que pasó por aquí un gentío de unos cincuenta hombres a paso rápido.
PRIMER VIEJO: Anoche estuvo todo muy tranquilo, ni un ruido, ni un suspiro.
SEGUNDO VIEJO: Y tampoco se dejó caer un alma hasta hace una hora cuando bajó calle abajo el perro del tabernero desde el muladar de Cooper Malachi.
PRIMER VIEJO: Silencio, oigo pasos, muchos pasos. Tal vez vengan hacia aquí. No, se van por el otro lado, ya se han ido.
SEGUNDO VIEJO: Los jóvenes traman algo –los jóvenes y los no tan jóvenes.
PRIMER VIEJO: ¿Es que no saben quedarse en la cama, durmiendo sus siete, ocho horas, como está mandado? Recuerdo aquellos tiempos cuando dormía hasta diez horas. Ya aprenderán a valorar el sueño cuando lleguen a los noventa.
SEGUNDO VIEJO: No llegarán a tan viejos. No tienen ni la salud ni la fuerza que teníamos nosotros. Ellos solos se agotan. Están siempre ansiosos, si no es por una cosa es por otra.
PRIMER VIEJO: ¡Silencio! Oigo pasos, y se acercan hacia aquí. Mejor será que nos metamos para dentro. El mundo se ha vuelto muy retorcido y nunca se sabe lo que nos pueden hacer o decir.
SEGUNDO VIEJO: Sí, será mejor cerrar las ventanas y hacer como que estamos dormidos.
[Se meten para dentro. Se oyen golpes de aldaba en la distancia. A continuación, hay un silencio, y se vuelve a oír un aldabonazo, esta vez a escasos pasos. Otro silencio y aparece en escena, tambaleándose, Séptimo, un hombre apuesto de treinta y cinco años. Está muy borracho].
SÉPTIMO: Qué poca caridad hay en este lugar, y qué pocos cristianos quedan. [Se pone a aporrear una aldaba]. Abran ahí, abran ahí. Quiero entrar a dormir.
[Un tercer viejo asoma la cabeza por una ventana de arriba].
TERCER VIEJO: ¿Quién es Usted? ¿Qué quiere?
SÉPTIMO: Soy Séptimo y tengo una mala esposa. Quiero entrar a dormir.
TERCER VIEJO: Está Usted borracho.
SÉPTIMO: ¡Borracho! Usted también lo estaría, si tuviera una esposa tan mala.
TERCER VIEJO: ¡Váyase de aquí!
[Cierra la ventana]
SÉPTIMO: ¿Es que no queda ni un cristiano en esta villa? [Se pone a martillear la aldaba del primer viejo, pero nadie responde]. ¿No hay nadie ahí? Todos muertos o borrachos, a saber –¡malas esposas! Tiene que quedar algún cristiano.
[Martillea una aldaba al otro lado del escenario. Una vieja asoma la cabeza por la ventana de arriba].
VIEJA [con voz estridente] ¿Quién anda ahí? ¿Qué es lo que quiere? ¿Ha ocurrido algo?
SÉPTIMO: Sí, eso es. Ha ocurrido algo. Mi esposa se ha escondido, ha huido y se ha ahogado.
VIEJA: ¿Y a mí que me importa su esposa? Está Usted borracho.
SÉPTIMO: ¡No le importa mi esposa! Y si le digo que mi esposa tiene que actuar por orden
del Primer Ministro delante de todo el mundo en el salón principal del castillo a las doce en punto del mediodía, y no logro encontrarla.
VIEJA: ¡Fuera de aquí! ¡Fuera! Ya me ha oído, fuera de aquí.
[Cierra la ventana]
SÉPTIMO: ¡Mire que tratar así a Séptimo!, que ha actuado ante Kubla Khan, ¡Séptimo, el dramaturgo y poeta! [La vieja abre la ventana de nuevo y vacía una jarra de agua sobre él] ¡Agua va! Empapado hasta los huesos – me tendré que quedar a dormir en la calle. [Se recuesta]. Mala esposa – otros también han tenido malas esposas, pero a otros no les han dejado tirados en la calle bajo las estrellas, empapados de agua fría, una jarra entera de agua fría, tiritando de frío bajo la pálida luz del alba, a riesgo de que les atropellen, les pisoteen, les coman los perros, y todo porque sus esposas se han escondido.
Entran dos hombres un poco mayores que Séptimo.
Se quedan quietos, mirando al cielo.
PRIMER HOMBRE: Ay, amigo, la rubia bajita es una fresca.
SEGUNDO HOMBRE: No hay que fiarse nunca de las rubias, yo soy solo de castañas.
PRIMER HOMBRE: Las hemos aguantado demasiado, tanto a las rubias como a las castañas.
SEGUNDO HOMBRE: ¿Qué estás mirando?
PRIMER HOMBRE: El primer rayo del alba sobre la torre del castillo.
SEGUNDO HOMBRE: Por nada del mundo quisiera que mi mujer lo descubriera.
SÉPTIMO [incorporándose en el asiento]: Llévenme, ampárense de mí, arrástrenme, échenme a rodar, empújenme, liquídenme a lo furtivo, pero por favor llévenme a donde pueda dormir tranquilo. Llévenme a un establo, mi Señor se contentó con un establo.
PRIMER HOMBRE: ¿Quién es usted? No conozco su cara.
SÉPTIMO: Soy Séptimo, cómico, dramaturgo, y el poeta más famoso del mundo.
SEGUNDO HOMBRE: No me suena su nombre, señor.
SÉPTIMO: ¿Cómo que no le suena?
SEGUNDO HOMBRE: Pero mi nombre sí le sonará. Me llaman Pedro el del Pelícano morado, por el más famoso de mis poemas, y a mi amigo le llaman, Tom Dichoso. Él también es poeta.
SÉPTIMO: Poetas maluchos de barrio.
SEGUNDO HOMBRE: Ya quisieras tú ser poeta malucho de barrio.
SÉPTIMO: Poetas maluchos de barrio.
PRIMER HOMBRE: Quédese ahí acostado si no sabe comportarse civilizadamente.
SEPTIMO: ¿Y qué me importa a mí eso ahora? Con Venus, Adonis y los otros planetas del cielo tengo bastante.
SEGUNDO HOMBRE: Que le aprovechen sus planetas.
[Salen los dos hombres]
SÉPTIMO: Ultrajado, por así decirlo; desnudo, por así decirlo –ensangrentado, por así decirlo – y pasan de largo sin cruzar la acera.
[Entra una multitud de vecinos y campesinos. Al principio son unos pocos y luego más y más, hasta llenarse el escenario con una exaltada multitud]
PRIMER VECINO: Hay un hombre ahí tirado.
SEGUNDO VECINO: Dadle la vuelta.
PRIMER VECINO: Es uno de esos cómicos que se alojan en el castillo. Llegaron ayer.
SEGUNDO VECINO: Borracho, supongo. Lo habrá matado o lisiado el primer carro de la leche.
TERCER VECINO: Mejor apartadlo ahí en la esquina, nos espera un día chungo, no hay ninguna necesidad de que lo maten – una muerte innecesaria podría traernos alguna maldición.
PRIMER VECINO: Echadme una mano con este.
[Se disponen a rodar a Séptimo]
SÉPTIMO: [mascullando] ¡No me dejan dormir! ¡Me echan a rodar por la calle y me dejan tirado entre unas piedras! Menuda ciudad de bárbaros.
[Lo dejan tirado al pie de un muro a un lado del escenario]
TERCER VECINO: ¿Somos todos amigos aquí? ¿Somos todos de la misma opinión?
PRIMER VECINO: Estos hombres son de campo. Llegaron anoche. Tienen poca idea del asunto. No se pondrán en contra de la gente, pero quieren saber más.
PRIMER CAMPESINO: Así es. Estamos con la gente, pero queremos saber más.
SEGUNDO VECINO: Queremos saberlo todo, pero nosotros estamos con la gente.
[Se suman otras voces con las mismas proclamas, “Queremos saberlo todo, pero estamos con la gente”, etc. Se oye un murmullo de voces a coro]
TERCER VECINO: ¿Ha visto alguna vez a la reina, campesino?
TERCER CAMPESINO: No.
TERCER VECINO: Ni usted ni nadie. No hay un solo hombre aquí que la haya visto con sus propios ojos. Lleva encerrada siete años en esa enorme casa negra en lo más alto de la loma rocosa. Desde el día que murió su padre ha estado ahí puertas para adentro, pero ahora ya sabemos por qué se ha escondido. La compañía que se gasta en la oscuridad de la noche no es muy decente que se diga.
TERCER CAMPESINO: En mi comarca se dice que es una santa y que reza por todos nosotros.
TERCER VECINO: Ese cuento lo ha hecho correr el Primer Ministro. Tiene espías por todas partes corriendo cuentos. Es un hombre muy astuto.
PRIMER CAMPESINO: Es cierto, a nosotros los campesinos siempre nos están engañando. No estamos educados como la gente de la ciudad.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Ya lo dice la Biblia, “No dejarás con vida a una hechicera”. Hace un año, por la Candelaria, estrangulé a una bruja con mis propias manos.
TERCER VECINO: Cuando ella muera, le proclamaremos rey al Primer Ministro.
SEGUNDO VECINO: Ni hablar, él no es hijo de rey.
SEGUNDO CAMPESINO: Yo mandaría a un pregonero por el mundo. Según dicen hay muchos reyes en Arabia.
TERCER CAMPESINO: La gente debe de estar hablando. Si tú y yo estuviéramos escondidos o en condiciones difíciles de entender, es probable que nos llevaríamos mala fama. No estoy en contra de la gente, pero quiero testimonios.
TERCER VECINO: Venga aquí, tabernero, súbase a esa piedra y cuéntenos lo que sepa. [El tabernero se sube a la piedra de montar]
TABERNERO: Vivo en el barrio donde está el castillo de ella. El jardín de mi casa, así como el jardín de todas las casas de mi lado de la calle suben directamente hacia la loma rocosa sobre la que se alza el castillo. Hay un tipo en mi barrio que tiene una cabra en su jardín.
PRIMER VECINO: Ese es Miguel el caminero. Lo conozco.
TABERNERO: Esa cabra no hace más que perderse. Una mañana Miguel el caminero se levantó de la cama temprano a atrapar pájaros, y no vio a la cabra por ninguna parte. De manera que se puso a trepar risco arriba, y siguió subiendo y subiendo, hasta llegar muy cerca del muro, y allí encontró a la cabra, todo temblorosa y sudando como si algo la hubiera asustado. A continuación, oyó algo relinchar como un caballo, y acto seguido algo como un caballo blanco pasó por allí, solo que no era un caballo, sino un unicornio. Como llevaba la escopeta, pues pensaba hacerse con un conejo, y temiendo que se le echara encima, disparó al unicornio. Desapareció en un instante, pero quedó sangre sobre una gran piedra.
TERCER VECINO: Viendo las compañías de las que se rodea de madrugada, no me extraña que no ponga pie fuera de su casa.
TERCER CAMPESINO: Yo no me creería todo lo que dice ese noctámbulo mentiroso. Todo lo que tenemos en contra de ella en realidad es que no quiere poner un pie fuera de su casa. Conocí una vez a un joven de veinticinco años que se negaba a salir de la cama. No estaba enfermo, no, él no, pero decía que la vida era un valle de lágrimas, y durante cuarenta y cuatro años, hasta el día que se lo llevaron al camposanto, nunca se movió de esa cama. Todo el mundo fue a ver si lo hacían cambiar de idea, el pastor protestante, el cura católico, el médico, pero todo lo que decía era, “la vida es un valle de lágrimas”. Estaba la mar de cómodo en la cama. Y créanme si les digo que ella, desde que se quedó sin padre que la bufe por las mañanas, no sale de la cama, y tampoco la culpo, la verdad.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Así son precisamente las brujas. Hacen amigos hasta a las tantas de la mañana. Había una bruja en mi comarca, la que estrangulé hace un año, por la Candelaria. Tenía un diablillo en forma
de gato rojo que cada noche, poco antes de que cantara el gallo, le chupaba tres gotas de sangre del cogote. Es con su propia sangre que los alimentan: Hasta que no están saciados de sangre son meras imágenes, sombras, pero una vez han bebido la sangre pueden llegar a ser incluso más fuertes que tú y que yo durante un rato.
TERCER CAMPESINO: El hombre que yo digo no estaba embrujado, simplemente estaba inactivo. “La vida es una valle de lágrimas”, decía. Allá fue el pastor protestante, el médico, el cura católico, pero eso era todo lo que decía.
PRIMER VECINO: Aquí todo el mundo ha de ceñirse a las pruebas y a la razón, pero escuchemos lo que tiene que decir el Tabernero, y veréis por qué no podemos dejarla viva ni un solo día más.
TABERNERO. No es una historia que me guste ir contando por ahí, pero ustedes son todos hombres casados. La otra noche que el muchacho trepó loma arriba tras su cabra, sería una hora más temprano por su reloj, y ya no había luz en el cielo, cuando llegó al muro del castillo. Fue trepando por él entre rocas y arbustos, hasta que vio una luz que procedía de una ventanuca situada sobre su cabeza. Era un muro viejo lleno de agujeros de la argamasa desprendida. Siguió trepando, poniendo los dedos de los pies en los agujeros, cuando echó un vistazo por la ventana. ¿Y a quién dicen que vio dentro, sino a la mismísima reina?
PRIMER CAMPESINO. ¿Y qué dijo de su aspecto?
TABERNERO. Y aún hay más. La vio copulando con un enorme unicornio blanco.
[Murmullos entre la multitud]
SEGUNDO CAMPESINO: No se puede tolerar que nos venga a reinar el hijo de un unicornio, por muy medio unicornio que sea.
PRIMER CAMPESINO: Yo no voy a ir en contra de la gente, pero por mí la dejaría viva, a condición de que el Primer Ministro se comprometiera a sacarla de la cama por las mañanas y de poner a un guarda que impidiera la entrada del unicornio.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Yo he estrangulado a una vieja bruja con estas mismas manos, y hoy mismo estrangularé a una joven bruja.
SÉPTIMO [quien poco a poco ha conseguido levantarse y se ha subido a la piedra de montar que ha dejado libre el TABERNERO]. ¿Quién dice que no sea casto el unicornio? Es la bestia más noble, la bestia más religiosa. De piel blanca como la leche, un cuerno blanco como la leche, pezuñas blancas como la leche, y un ojo azul clarito, que además baila bajo el sol. No permitiré que nadie hable mal de él, no mientras yo siga en esta tierra. En El gran bestiario de París está escrito, que es casto, y que es la bestia más casta del mundo.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Bájenlo de ahí, está borracho.
SÉPTIMO. Sí, estoy borracho, muy borracho, pero eso no es razón para que le permita a nadie hablar mal del unicornio.
SEGUNDO VECINO: Que diga lo que quiera. De igual manera no podemos hacer nada hasta que salga el sol.
SÉPTIMO. No permitiré que nadie hable mal del unicornio, ya sean amigos, poetas, a nadie, ni hablar. Le daré caza si es vuestro deseo, si bien se trata de una bestia peligrosa y atravesada. Tanta virtud le ha hecho atravesado. Iré con vosotros a las elevadas mesetas africanas donde vive, pero no hablaré mal de su carácter, y si a alguno se le ocurre dudar de su castidad, me batiré contra él, pues he de afirmar que su castidad es equiparable a su belleza.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Está espantosamente borracho.
SÉPTIMO. Ya no estoy borracho, sino inspirado.
SEGUNDO VECINO. Sigue, sigue, quién sabe cuándo tendremos la ocasión de volver a escuchar algo así.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Vámonos. Ya está bien, hay trabajo que hacer.
SÉPTIMO: ¿Cómo que os vais? Y me dejáis aquí con mi plumaje en pecho todo desplegado y mis blancas alas alentadas de divinidad? Ah, pero ya veo que os dirigís a un lugar apartado donde poder hablar mal ininterrumpidamente del carácter del unicornio, pero de eso nada, ya os digo yo que de eso nada.
[Se baja de la piedra de montar y se planta ante la multitud que se dispone a pasar delante de él]. En medio de esta villa sin caridad, yo protegeré a esta noble, lechosa y fugaz bestia.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Dejadme pasar.
SÉPTIMO. No, ni hablar.
PRIMER CAMPESINO. Dejadlo en paz.
SEGUNDO CAMPESINO. Nada de violencia, que nos puede traer una desgracia.
[Intentan sujetar al CAMPESINO CORPULENTO]
SÉPTIMO. Le dejaré pasar por encima de mi cadáver. Pues no voy a permitir que se diga que hay una mancha, o un tachón, sobre la blancura más lechosa de una heroica bestia que se baña entre toques de tambores a la salida del sol, a la salida de la luna, y a la salida de la Osa Mayor, y por encima de todo, de esto no vais a decir nada, susurrar nada, publicar nada por ahí, por el resto de lavados que os quedan.
[EL CAMPESINO CORPULENTO lo derriba]
PRIMER VECINO. Lo has matado.
CAMPESINO CORPULENTO: Tal vez sí, tal vez no. Dejadlo ahí tirado. Hace un año, por la Candelaria, estrangulé a una bruja, y hoy es el día que estrangularé a otra. ¿Qué me importa a mí el tiparraco este?
TERCER VECINO. Vayamos por el barrio este de la villa. Los canasteros y los cedaceros saldrán a vender por allí.
CUARTO VECINO. De allí a la puerta del castillo no es sino un breve paseo.
[Suben por una de las bocacalles pero vuelven rápidamente confusos y temerosos]
PRIMER VECINO: ¿Estás seguro que era él?
SEGUNDO VECINO: ¿Con quién iba a confundir sino a semejante viejo espantoso?
TERCER VECINO: Hace siete años yo estaba a su lado cuando el fantasma se puso a hablar por su boca.
PRIMER CAMPESINO: Yo no lo había visto nunca antes. Por mi comarca no se le ha visto el pelo. No sé exactamente qué clase de tipo es, pero he oído hablar largo y tendido de él.
PRIMER VECINO. Cuando le viene el trance se le ponen los ojos vidriosos, y cuando está en trance su alma se escabulle, ocupando su lugar un extraño fantasma que habla por su boca.
TERCER VECINO: Yo estaba con él la última vez. “Traedme paja”, decía el viejo, “me pican los riñones”. Luego, de repente, se tumbó, y con los ojos vidriosos, abiertos de par en par, se puso a rebuznar como un asno. Fue entonces que el Rey murió y su hija se convirtió en Reina.
PRIMER CAMPESINO: Dicen que Cristo entró en Jerusalén a lomos de un asno y que es por eso que el animal reconoce a su legítimo soberano. Va por el país pidiendo limosna y no hay nadie que se la rechace.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Entonces está claro que no habrá quien aparte mi mano del pescuezo de esa, porque lo apretaré con más fuerza. Por mí que él se reboce de paja y rebuzne lo que quiera, que ella morirá.
PRIMER CAMPESINO: ¡Mirad! Por ahí viene desde lo alto de la loma, mirad cómo se le quedan mirando los locos.
SEGUNDO CAMPESINO: No seré yo quien le mire a los ojos esta noche. Vayamos a la plaza del mercado, estaremos más seguros en un lugar más grande.
UN CAMPESINO CORPULENTO: Yo no tengo miedo, pero iré contigo. No se me escapa el pescuezo de esa.
[Salen todos menos SÉPTIMO. A continuación SÉPTIMO se incorpora y se sienta; le sangra la cabeza. Se la frota con los dedos y se queda mirando la sangre en sus dedos]
SÉPTIMO: ¡Villa de infieles! Primero, me dejan tirado en la calle, por así decirlo, y luego me masacran. Y encima estoy borracho, y por tanto, a falta de protección. No hay criatura que no esté a falta de protección en algún momento u otro. Incluso mi mujer fue una vez una cría frágil a falta de leche, de sonrisas, de amor, como en medio de un diluvio, a punto de ahogarse, por así decirlo.
[Entra un Viejo vagabundo de pelo y barba apelmazados, y ropa raída]
VIEJO VAGABUNDO: Quiero paja.
SÉPTIMO: Es todo obra de Tom Dichoso y de Pedro el del Pelícano morado. Son un par de poetastros de barrio que están celosos de mi fama, y se dedican a soliviantar a la gente.
[Ve al VIEJO VAGABUNDO]
Existe cierto ungüento medicinal que se obtiene a base de destilar alcanfor, corteza del Perú, tártago y mandrágora, y mezclarlo todo con doce onzas de perlas disueltas y cuatro onzas de aceite de oro. Este medicamento resulta infalible para detener el flujo de sangre. ¿No tendrá un poquito, Viejo?
VIEJO VAGABUNDO: Quiero paja.
SEPTIMUS. Ya veo que no me ha entendido, pero no importa, seremos amigos.
VIEJO VAGABUNDO: Quiero paja sobre la que acostarme.
SEPTIMUS. Lo mejor sin duda es que muera desangrado. Así, amigo mío, conseguiré desgraciar a Tom Dichoso y a Pedro el del Pelícano morado, pero es imprescindible que me muera en un sitio donde se pueda tomar nota de mis últimas palabras. De manera que me hace falta su apoyo.
[Se levanta, se acerca al VIEJO y se apoya en él]
VIEJO VAGABUNDO: ¿No sabe usted quién soy? ¿No tiene miedo? Cada vez que algo se me mete dentro, me pican los riñones. A continuación me tumbo, me hago un ovillo, me pongo a rebuznar y hay cambio de corona.
SÉPTIMO. ¡Anda! Qué inspirado está usted. Ciertamente somos hermanos. Venga, descansaré sobre su hombro y subiremos la loma juntos. Dormiré en el castillo de la Reina.
VIEJO VAGABUNDO: ¿Me va a dar paja para tumbarme o no?
SÉPTIMO. ¡Por todos los gamones! Aunque la verdad sea dicha, el gamón es una planta sobreestimada por los autores clásicos. Eso sí, por preferir, prefiero los gamones.
[Salen y se oye a los lejos a SÉPTIMO disertando entre murmullos acerca de los gamones. El
PRIMER VIEJO abre la ventana y toca con la muleta la ventana de enfrente. El SEGUNDO
VIEJO abre la ventana]
PRIMER VIEJO: Vía libre. Ya se fueron todos. Podemos seguir nuestra charla.
SEGUNDO VIEJO: El amanecer ya alumbra todo el castillo, y pronto el sol brillará con fuerza en la calle.
PRIMER VIEJO: Pronto bajará por la calle el chucho del tabernero.
SEGUNDO VIEJO: Ayer llevaba un hueso en la boca.
[TELÓN]
ESCENA II
El Salón del Trono del castillo.
Flanqueadas por columnas encontramos varias puertas con filigrana dorada, excepto a un lado, donde se encuentra un gran ventanal. La luz de la mañana se cuela de refilón por la ventana, propiciando sombras negras entre las columnas. A medida que avanza la escena, la luz, en un principio mortecina, se va haciendo contundente y plena, hasta que las sombras desaparecen. A través de la filigrana de las puertas se entrevén largos pasadizos. Uno de dichos pasadizos conduce directamente al aire libre. Al final del mismo se puede ver la luz del día. Hay un trono en el centro de la estancia, así como una escalinata que sube hacia él.
[El PRIMER MINISTRO, un hombre mayor de modales y voz impacientes, se dirige a un grupo de cómicos, entre los que se encuentra Nona, una hermosa y joven mujer rubia, de unos treinta y cinco años, resuelta. Se nota que es ella la que lleva las riendas de la compañía].
PRIMER MINISTRO: Conmigo no se juega. Fui yo quien elegí la obra; elegí “La historia trágica del diluvio de Noé” porque cuando Noé pega a su mujer para obligarle a entrar en el arca, todo el mundo lo comprende, todo el mundo está encantado, todo el mundo lo compara con la obstinación de mula de sus propias esposas, novias, hermanas. Y ahora, cuando resulta de vital importancia para el Estado que todo el mundo quede encantado, la obra no se puede poner en escena. La primera actriz está desaparecida, según dicen, y por alguna incomprensible razón, no hay quien pueda sustituirla. Pero yo sé a dónde quieren ir a parar con las pegas que le ponen a la obra. Prefieren algo que sea aburrido, poético, lleno de largos discursos. Pues es esa obra o nada. El ensayo debe dar comienzo inmediatamente y la función tendrá lugar al mediodía con absoluta puntualidad.
NONA: Llevamos buscando toda la noche, señor, y no la encontramos por ninguna parte. Se la oyó decir que prefería ahogarse antes que hacer el papel de una mujer de más de treinta años de edad. Teniendo en cuenta que la esposa de Noé es una mujer muy vieja, tenemos miedo de que se haya ahogado ciertamente.
[DÉCIMA, una mujer muy bella, asoma la cabeza de debajo del trono, donde se había
agazapado a escondidas]
PRIMER MINISTRO: ¡Eso es ridículo! Se trata de una conspiración. Su director debería estar aquí dando la cara. Él es el responsable. Ya pueden decirle cuando venga que si la obra no se pone en escena, la pienso meter en el calabozo un año y al resto de ustedes los pongo de patitas en la frontera.
NONA: Ay, señor, él no puede hacer nada. Ella hace lo que le da la gana.
PRIMER MINISTRO: Con que hace lo que le da la gana. Conozco a ese tipo de mujeres; sería capaz de poner el mundo patas arriba con tal de fastidiar a su esposo o a su amante. Seguro que tiene el cerebro de una vejiga llena de guisantes secos, un petate descarado y presuntuoso. Claro que él no podrá hacer nada, pero y a mí qué me importa.
[DÉCIMA mete la cabeza]: Que vaya a la cárcel él, sí, señor, alguien tiene que ir a la cárcel. Id y gritad el nombre de ella por todas partes. ¡Largaos de aquí! Dejadme oír cómo lo gritáis. Llamad al petate. Más alto. Más alto. [Salen los cómicos gritando, “¿Dónde estás, Décima?”] Ay, Adán, ¿por qué te quedaste dormido en el jardín? Deberías haber sabido que mientras estabas ahí tumbado, indefenso, el Viejo de ahí arriba te gastaría alguna broma pesada.
[Entra la joven REINA, con expresión ascética, tímida, en el rostro, ataviada con un vestido que no es de su talla].
¡Ajá!
REINA: Me presentaré ante la enojada multitud, tal y como deseáis. Estoy casi segura de estar preparada para el martirio. Llevo rezando toda la noche. Sí, estoy casi segura.
PRIMER MINISTRO: ¡Ajá!
REINA: He cumplido la edad de mi patrona, la venerable Santa Octema, cuando fue martirizada en Antioquía. Recordaréis que su unicornio estaba tan contento con sus muestras de austeridad, que se retorcía de emoción. Fue así que la tiraron de la silla de montar y fue pateada hasta la muerte por la muchedumbre. Qué duda cabe que si no hubiera sido por el unicornio, la gente la habría matado mucho antes.
PRIMER MINISTRO: No, vos no seréis martirizada. Ya me encargo yo de que eso no ocurra. Bastará una palabra mía para aplacar su enojo. ¿Quién os hizo ese vestido?
REINA: Era de mi madre. Lo llevó puesto el día de su coronación. No podía permitir que me hicieran uno nuevo. No me merezco ropas nuevas.
Siempre estoy pecando.
PRIMER MINISTRO: ¿Hay acaso pecado en un huevo que nunca ha sido incubado, que nunca lo han templado, hay pecado acaso en un huevo de tiza?
REINA: Ojalá me pareciera en todo a la venerable Santa Octema.
PRIMER MINISTRO: ¡Vaya si se las trae el vestido! Pero ya es demasiado tarde. No hay nada que hacer. Con suerte la muchedumbre de la esquina no se dará cuenta. El resto seguro que quedan deslumbrados con tanto derroche de encanto, dignidad y regias maneras. En cuanto al vestido, ya se me ocurrirá alguna excusa, alguna explicación. Recordad que nunca han visto vuestro rostro, y les pondréis de mal humor como no os arregléis el pelo de algún modo que no parezcáis una piltrafa.
REINA: Lo que daría por volver a mis plegarias.
PRIMER MINISTRO: ¡Caminad! Dejadme ver cómo camina vuestra Majestad. No, no, no. ¡Tenéis que mostraros más majestuosa! Si hubierais visto caminar a las reinas que yo he conocido. La moral de un dragón, pero caminar, caminaban. Dadle a la gente una imagen, por simple que sea, o se la inventarán igualmente. Poned como si es cara de águila, de buitre.
REINA: Como hay adoquines, podría ir descalza y gozar de una bendita penitencia. Fueron los pies ensangrentados de Santa Octema lo que le dio especial gusto al unicornio.
PRIMER MINISTRO: ¡Sigue dormido, Adán! Descalza, descalza, ¿decís? [Silencio] No hay tiempo ni para que os quitéis los zapatos ni las medias. Si os asomarais por esa ventana, veríais cómo la multitud se vuelve más perversa minuto a minuto. Acercaos [Le ofrece su brazo a la REINA]
REINA: ¿Tenéis algún plan para detener su furia y que así no me martiricen?
PRIMER MINISTRO: Mi plan será desvelado de cara a la gente y solo así.
[Salen]
[Entra NONA con una botella de vino y una langosta hervida, las coloca en medio del suelo. Se pone un dedo en el labio y se queda parada en el umbral de la puerta situada hacia el fondo del escenario]
DÉCIMA: [sale con cautela de su escondite, cantando]
'Él se fue' cantaba mi madre,
‘cuando me acostaba’.
Y mientras, empujaba la aguja
con hilo de oro y plata.
Empujaba el hilo, mordía el hilo,
y se hacía un vestido de oro,
Y mientras, lloraba porque había soñado
que yo había nacido para portar corona.
[Está acercando la mano a la langosta, cuando llega NONA y le ofrece el vestido y la máscara de la esposa de Noé, los cuales los iba cargando en su brazo izquierdo].
NONA: ¡Gracias a Dios que te he encontrado! [Se interpone entre ella y la langosta]. No, no hasta que no te pongas este vestido y esta máscara. Ahora que te he pillado no voy a dejar que te escondas de nuevo.
DÉCIMA: Muy bien, pero primero déjame que desayune.
NONA: No probarás un bocado hasta que te vistas para el ensayo.
DÉCIMA: ¿Sabes qué canción estaba cantando hace un momento?
NONA: Es esa canción que siempre estás cantando. La que se inventó Séptimo.
DÉCIMA: Es la canción de la loca de la hija cantarina de una ramera. La única canción que se sabía. Su padre era un marino borracho que se la pasaba esperando la marea alta, y aun así se creyó la predicción de su madre de que se casaría con un príncipe y se convertiría en una gran reina. [Canta]
‘Cuando la concebí’, mi madre cantaba,
oí llorar al gato marino.
Vi cómo caía en mi muslo
un copo de espuma.
Quién le culpa pues
de trenzar oro en mi cabello,
de soñar que llevo
la diadema de oro.
Hace un momento, mientras me escondía aquí me dio por pensar que hacía el papel de una reina, el papel de una gran reina; el único papel del mundo que sé hacer es el papel de una gran reina.
NONA: ¿Tú haciendo de reina? Tú, que naciste en una cuneta entre dos pueblos, envuelta en una sábana robada de un seto.
DÉCIMA: La reina es incapaz de representar su papel, pero yo podría hacerlo estupendamente. Yo podría inclinarme con todo mi cuerpo hasta los tobillos y podría mostrarme severa cuando así tocara. Ah, yo sabría poner todo el calor del verano en una mirada y a continuación todo el frío del invierno en mi voz.
NONA: Tú sólo sirves para el patio de comedias.
DÉCIMA: Me bastó un abrir y cerrar de ojos para llegar a esta conclusión, y justo en ese momento, cuando me estoy diciendo a mí misma que yo nací para codearme allá arriba con soldados y cortesanos, vienes tú a restregarme esa máscara y ese vestido, y a amenazarme con quitarme el desayuno a menos que acepte hacer el papel de bruja con un currusco de nariz y otro de barbilla, a la que el bestia de su marido le arrea con un palo porque se niega a subir a su bote de ganado junto al resto de gañanes. [Se lanza sobre la langosta]
NONA. No, no, no, no. Aquí no hay bocado que valga hasta que te pongas esto. Y recuerda que si no hay obra, Séptimo deberá ir a la cárcel.
DÉCIMA: ¿Le darán de comer mi pan seco?
NONA: Así es.
DÉCIMA: ¿Y le darán de beber un cuenco de agua vacío?
NONA: Así es.
DÉCIMA: ¿Y un lecho de paja?
NONA: Así es, y apenas un poco de paja, quién sabe.
DÉCIMA: Y cadenas de hierro que rechinen.
NONA: Así es.
DECIMA: ¿Y le tendrán ahí una semana entera?
NONA: Tal vez un mes.
DÉCIMA: Y le dirá al carcelero, ‘Estoy aquí por culpa de mi bella y cruel esposa, mi bella y atolondrada esposa’.
NONA: Puede que no, pues estará sobrio.
DÉCIMA: Pues si no lo dice, lo pensará, lo pensará cada vez que tenga hambre, cada vez que tenga sed, cada vez que sienta la dureza del suelo de piedra, cada vez que oiga chirriar las cadenas, y cada vez que lo piense se le antojaré más y más bella.
NONA: No, acabará odiándote.
DÉCIMA: Qué poco sabes tú del amor de un hombre. Si esa Sagrada Imagen de la Iglesia, allí donde pones todas esas velas por Pascua, fuera agradable y cordial,¿cómo es que volviste a casa con las dos rodillas en carne viva?
NONA: [entre lágrimas]. Ya veo, mujer cruel y perversa, ya veo que no vas a aceptar el papel ni muerta, ni a riesgo de que Séptimo vaya a la cárcel. Pobre genio, que no sabe cuidar de sí mismo.
[Al ver que NONA está distraída lloriqueando, DÉCIMA se lanza sobre la langosta y a punto está de hacerse con ella]
NONA: No, no, no, ¡he dicho que no hay bocado, ni gota que valga! Romperé la botella si te vuelves a acercar. No hay ninguna mujer en el mundo capaz de tratar a un hombre así, y eso que le juraste unión en la iglesia, sí, ni más ni menos, no vengas ahora a negármelo. [DÉCIMA hace otro intento, pero NONA, todavía con lágrimas en los ojos, se mete la langosta en el bolsillo]. Deja en paz la comida; ni bocado vas a probar. Yo nunca le he jurado unión a un hombre en la iglesia, pero de así hacerlo, por nada del mundo le trataría como al asno de un hojalatero, por supuesto que no, que a una la criaron como Dios manda. Mi madre siempre me decía que no era ninguna bagatela llevar a un hombre al altar.
DÉCIMA: Tú lo que pasa es que estás enamorada de mi marido.
NONA: Ahora resulta que porque no quiero verlo en la cárcel, vas y dices que estoy enamorada de él. Sólo una mujer sin corazón sería capaz de pensar que es imposible sentir piedad por un hombre sin estar enamorada de él. Una como tú, que nunca ha sentido piedad por nadie. Pero yo no voy a permitir que lo metan en la cárcel, si tú no aceptas el papel, lo haré yo misma.
DÉCIMA: Cuando me casé con él, le hice jurar que nunca actuaría con nadie excepto conmigo, y tú lo sabes bien.
NONA: Sólo esta vez y en un papel que no compromete a nadie.
DÉCIMA: Así comienza la cosa y luego no pararías de susurrarle cosas para que el público no las oyera.
NONA: Séptimo romperá su juramento, pues yo me sé el papel de memoria. Todos y cada uno de sus versos.
DÉCIMA: Séptimo no rompería su juramento por nadie en este mundo.
NONA: Hay una persona en el mundo por la que él estaría dispuesto a romper su juramento.
DÉCIMA: ¿Con qué me vienes ahora si puede saberse?
NONA: Lo romperá por mí.
DÉCIMA: Tú estás loca.
NONA: Una tiene sus secretos.
DÉCIMA: ¿Qué es lo que te estás guardando? ¿Es que acaso has hecho manitas con Séptimo
por las esquinas, dándole consuelo por la mala mujer que tiene, mientras él se desahogaba hablando de mí?
NONA: Tú crees que eres dueña de cada uno de sus pensamiento, porque eres un demonio.
DÉCIMA: Porque soy un demonio soy dueña de cada uno de sus pensamientos. Ya sabes como dice su propia canción. El hombre habla primero [canta]: ‘Quítate esa máscara de oro candente, de ojos verde esmeralda’. Y a continuación le responde la mujer, ‘Ay, no, querido, con qué audacia distingues los corazones sabios y salvajes, y no por ello fríos’.
NONA: Es mentira que todos sus pensamientos te los dedique a ti. De hecho se le olvida que existes en cuanto te pierde de vista.
DÉCIMA: Entonces mira lo que llevo bajo el corpiño. Nada más y nada menos que un poema donde se alaban todos mis encantos, uno tras otro, mis ojos, mi pelo, mi piel, mis curvas, mi buena disposición, mi inteligencia, todo. Y son un montón de estrofas, que te conste. Y aquí tengo también otro más pequeño que me dio ayer por la mañana. Lo había echado de la cama y no le quedó más remedio que acostarse él solo.
NONA: ¡Que lo echaste de la cama!
DECIMA: Y como estaba ahí solo, incapaz de dormir, se le ocurrió esto, deseoso de ser ciego y de no preocuparse por contemplar mi belleza. ¡Escucha lo que dice! [vuelve a cantar]
Ay, si yo fuera un viejo vagabundo
Sin más amigo en este mundo
Que un truhán chucho macilento,
Un vagabundo ciego de nacimiento;
Todo menos un hombre
Solo y loco en su cama
Con los recuerdos
De su bella amada.
NONA: Solo y loco en su cama, ciertamente. Conozco ese poema, es bastante largo, con varias estrofas; lo conozco hasta lastimarme, a pesar de no haber leído una sola de sus palabras. Cuatro versos en cada estrofa, una rima precisa, y catorce estrofas en total, ¡maldita sea su estampa!
DÉCIMA: [saca un manuscrito del corpiño]. Sí, catorce estrofas. Vienen numeradas y todo.
NONA: Y ahí tienes otro de diez estrofas de cuatro y tres versos.
DECIMA: [echando un vistazo a otro manuscrito]. Sí, las estrofas de este son de cuatro y tres versos. Pero, ¿cómo sabes tú todo eso? Yo los llevo aquí guardados. Son un secreto entre él y yo, y nadie los puede ver hasta que han descansado un buen rato junto a mi corazón.
NONA: Habrán descansado junto a tu corazón, pero fueron realizados sobre mi hombro. Ay, y por toda mi columna abajo a altas horas de la madrugada; tantos intentos de rima, y con cada rima un chasquido de dedos.
DÉCIMA: ¡Dios mío!
NONA: Ese de las catorce estrofas me tuvo sin dormir dos horas, y una vez hubo terminado las estrofas se pasó otra hora más acostado boca arriba, otra hora blandiendo el brazo en el aire para hacer la música. Por el afecto que le tenía, me hice la dormida con ese y otros muchos poemas, pero cuando hizo ese corto que cantaste antes, quedó tan satisfecho que entre dientes se le escapó eso de que dormía solo y loco en su cama pensando en ti. De manera que le dije, “¿Es que acaso yo no te resulto hermosa? Date la vuelta y mira. Vamos, no te cortes, porque yo sé gustar a un hombre incluso cuando solo hay una candela. [Coge un par de tijeras que le cuelgan del cuello y se dispone a cortar el vestido para la esposa de Noé]. Y ahora ya sabes por qué puedo hacer el papel a pesar tuyo y sin que me saquen a patadas. Quédate con Séptimo si quieres, que a mí me da igual. Voy a recortar este pingo y a volver a darle unas puntadas. Tengo aguja e hilo listos.
[Llega el DIRECTOR ESCÉNICO tocando una campana. Le siguen varios actores, todos vestidos de lo que parecen fieras diversas]
DIRECTOR ESCÉNICO: Poneos esa máscara y vestíos. ¿Qué haces ahí parada como estuvieras en trance?
NONA: Décima y yo hemos tenido una pequeña charla y hemos acordado que yo haré el papel.
DIRECTOR ESCÉNICO: Como queráis. Menos mal que es un papel que lo puede hacer cualquiera. Todo lo que tiene que hacer es imitar los graznidos de una vieja. Ya estamos todos, menos Séptimo, y no podemos esperar por él. Yo leeré la parte de Noé. Estoy seguro que estará aquí antes de que terminemos. Supondremos que el público estará de este lado, y que el Arca estará de aquel otro, con una pasarela por la que trepen las fieras. Todas las fieras, amontonaos del lado del apuntador. Dejad el sombrero y la capa de Noé hasta que llegue Séptimo. Como la primera escena es entre Noé y las fieras, podéis seguir con la costura.
DÉCIMA: No, primero me tenéis que oír. Mi marido lleva noches acostándose con Nona, y por eso ella ahora está ahí sentada dando tijeretazos y puntadas con esos aires de diva.
NONA: Ella lo tiene amargado, se sabe todos los trucos para destrozarle el corazón a un hombre. Él vino a mí con sus tribulaciones, parece que le fui de consuelo, y sí, ¿por qué habría de negarlo? Ahora es mi amante.
DÉCIMA: Ya le quitaré yo a esa esos aires de diva. Yo he sido una peste para él. Ah, claro, yo he sido una comadreja, una rata, un erizo, y un turón, y todo porque estaba harta de él. ¡Y a Dios gracias! Ella se lo ha agenciado y yo soy libre. Yo tiré a la basura un papel y tiré a la basura un hombre y ella va y recoge ambos.
DIRECTOR ESCÉNICO: Me da la sensación de que todo eso es asunto que solo os concierne a vosotras dos. Es cosa vuestra y no nuestra. No veo por qué habríamos de retrasar el ensayo.
DÉCIMA: A mí no me apetece ensayar todavía. Quiero saborear esta nueva libertad. Tengo que encontrar a alguien que baile conmigo un rato. Venga, aquí hace falta un poco de música. [Coge un laúd de entre el atrezo]. No todo van a ser garras y pezuñas.
DIRECTOR ESCÉNICO: Sólo tenemos una hora para repasar toda la obra.
NONA: ¡Eh! Se ha llevado mis tijeras; no es cierto que no le importe. ¡Miradla! Está loca. ¡Quitádselas! ¡Sujetadle la mano! O me mata o se mata. [Al DIRECTOR ESCÉNICO] Y Usted, ¿por qué no interviene? Dios mío. Me va a matar.
DÉCIMA: Toma, Pedro. Toca tú el laúd.
[Se pone a asestarle tijeretazos a las plumas en el pecho del Cisne].
NONA: Todo eso lo hace para boicotear el ensayo, por pura venganza; y Usted se queda ahí parado sin hacer nada.
DIRECTOR ESCÉNICO: Si te ha cogido el esposo, ¿se puede saber por qué no te guardaste la noticia para ti solita hasta que terminara la obra? Ahora me los va a volver locos a todos. Lo veo en sus ojos.
DÉCIMA: Ahora que he echado a Séptimo en brazos de esa, escogeré otro hombre nuevo para mí. ¿Serás tú, Pescuezo de Pavo? ¿O tú, Cabeza de Toro?
DIRECTOR ESCÉNICO: No hay nada que hacer. Y es todo culpa tuya. Si Séptimo no es capaz de poner en vereda a su mujer, no seré yo quien lo haga.
[Se sienta desmoralizado]
PRIMER ACTOR [está a cuatro patas, hace de Toro]. Vente a vivir conmigo, amorcito
DÉCIMA: Baila, Cabeza de Toro. [El Toro baila]. Eres lento de patas.
PRIMER ACTOR: Seré lento y lo que tú quieras, pero en potencia tanto en las patas delanteras como en el miembro detrás no hay quién me gane.
DÉCIMA: Estás demasiado corpulento y eso significa que estás celoso, y en tu voz detecto cierta melancolía. Qué locura esta, ahora que he encontrado el amor, tener que estirarme y bostezar como si amara de verdad.
SEGUNDO ACTOR [va disfrazado de Pavo]. Vente a vivir conmigo, amorcito, pues a la vista está que mi apetito es de lo más animoso. Mira qué gorguera de plumas tengo, qué moco rojo, qué pavoneo me gasto, qué risita la mía.
DÉCIMA: Baila, baila. [El Pavo baila]. Ay, Pavito, eres ligero de patas. Contigo me resultaría difícil esconderme si fueras tras de mí. ¿Crees acaso que te sería fiel?
SEGUNDO ACTOR: No, ni tú ni yo somos de esa pasta. Lo mío es coleccionar mujeres.
NONA: Eres un desgraciado.
SEGUNDO ACTOR: Tú date con un canto en los dientes ahora que tienes hombre.
DÉCIMA. Vaya, nos ha salido listillo, el Pavito. Lo veo en el brillo de tus ojos, pero no estoy para que nadie me caliente la cabeza. Vamos, a bailar se ha dicho, todo el mundo. Ya me encargo yo de escoger al mejor bailarín.
PRIMER ACTOR. No, deja que nos lo juguemos a suertes. A mí se me da mejor eso.
DÉCIMA: Vamos, vamos, a bailar se ha dicho.
[Todos bailan alrededor de DÈCIMA].
DÉCIMA [cantando]:
Con quién me quedo,
Con una bestia o con un ave,
La reina Pasífae optó por un toro,
Mientras que la pasión por un cisne
Hizo languidecer y bostezar a la reina Leda,
Así pues bailad, enloqueced,
Hasta que la reina Décima dé con su favorito.
[Coro].
Así pues bailad, enloqueced,
Hasta que la reina Décima dé con su favorito.
DÉCIMA:
De salto en salto y a horcajadas,
a zancadas y con pavoneo,
¿Ave o bestia?
Nombre de la pluma o el pellejo
Para mi único consuelo
[Coro].
Así pues bailad, enloqueced,
Hasta que la reina Décima dé con su favorito.
DÉCIMA:
Nadie se ha percatado que el amor que se encuentra,
Ya sea un simple pajarillo o una bestia en toda regla;
Pajarillo o bestia, lo mismo da,
Con su cabeza hueca sobre mi pecho terminará.
Coro.
Así pues bailad, enloqueced,
Hasta que la reina Décima dé con su favorito.
DIRECTOR ESCÉNICO: Basta, basta, aquí tenemos a Séptimo.
SÉPTIMO: Aún la sangre hace acto de presencia en su rostro, pero hay un poco más de sobriedad. Acercaos, pues he de anunciar el fin de la Era Cristiana, la llegada de una Nueva Dispensa, la del Nuevo Adán, la del Unicornio; pero pardiez, es tan casto, casto y reticente.
DIRECTOR ESCÉNICO: Este no es el momento de venir con discursitos panfletarios sobre vuestra nueva obra.
SÉPTIMO: Sus hijos no natos son meras imágenes. Nosotros nos limitamos a jugar con imágenes.
DIRECTOR ESCÉNICO: Continuemos con el ensayo, por favor.
SÉPTIMO: No; mejor nos preparemos para morir. La multitud viene subiendo la loma portando horcones y vienen dispuestos a metérnoslos hasta las entrañas. También están quemando haces de paja para que arda el tejado.
PRIMER ACTOR: [que se ha acercado a la ventana]. Dios mío, es cierto. Hay un montón de gente al pie de la loma.
SEGUNDO ACTOR: Pero ¿por qué habrían de atacarnos?
SÉPTIMO: Porque somos los siervos del Unicornio.
TERCER ACTOR: [junto a la ventana]. Dios mío, tienen horcones de estiércol y hoces amarradas a varas y vienen hacia aquí.
[Varios actores se arremolinan junto a la ventana].
SÉPTIMO: [que ha encontrado la botella y está bebiendo de ella]. Hay quien morirá como Catón, hay quien lo hará como Cicerón, otros como Demóstenes, venciendo triunfantes a la muerte en sonora elocuencia, o como diría el ingenioso de Petronio Árbitro, contaré cuentos ingeniosos y escandalosos; pero hablaré, no, cantaré como si la muchedumbre hubiera desaparecido. Clamaré contra el Unicornio por su castidad. Le instaré para que pisotee de muerte a la humanidad y conciba una nueva raza. Le daré incluso rima a mi clamor, y todos saldrán corriendo suavecito, suavecito, pues aun haciendo volar la tierra por los aires con dinamita, no es más que chusma en definitiva.
Contra el redondo ojo azul clamo.
Maldito sea el cuerno blanco lechoso.
Un sonido potente, un sonido que perdure en el oído, latente, mordiente, urgente, Dios mío. Estoy demasiado sobrio para acertar con la rima. [Bebe
y a continuación coge un laúd]. Una tonada con la que mis asesinos recuerden mis últimas palabras y se las canturreen a sus nietos.
[Durante los siguientes parlamentos permanece ocupado componiendo su tonada].
PRIMER ACTOR: Los actores de este pueblo están celosos. ¿Acaso no nos han elegido a nosotros antes que a ellos, porque somos los cómicos más famosos del mundo? Son ellos los que han azuzado a la gente.
TERCER ACTOR: Cuando actuamos en Xanadú mi actuación fue tan magnífica, que los hombres que manejaban los hilos en el espectáculo de marionetas dejaron todas las marionetas boca abajo y vinieron a echarme un vistazo.
CUARTO ACTOR: ¡Lo que hay que oír! ¡Su actuación, dice! Os voy a pedir que digáis la verdad, y si sois hombres honestos estaréis conmigo en que fue mi actuación la que atrajo al pueblo entero. Pero si hasta Kubla Khan me apodó El ruiseñor hablador.
QUINTO ACTOR: ¡Dios mío, qué barbaridad! ¿No es el cómico el que siempre arrastra a la gente al teatro? ¿Estoy soñando, o acaso no fui yo a quien reclamaron hasta seis veces delante del telón? A ver, respondedme.
SEXTO ACTOR [junto a la ventana]. Alguien está arengando a la masa. No logro ver quién es.
SEGUNDO ACTOR: Apuesto que les está diciendo que claven haces de paja ardiendo y que los coloquen entre los travesaños. Eso es lo que hicieron en la vieja trama de “La quema de Troya”. Apuesto que quieren quemar la casa entera.
QUINTO ACTOR [se acerca desde la ventana]. Yo me voy de aquí ahora mismo.
OTROS ACTORES: Yo igual, yo igual [Salen].
PRIMER ACTOR: ¿Tenemos que ir así vestidos?
SEGUNDO ACTOR: No hay tiempo para cambiarse, y además, de estar cercada la loma, siempre podemos juntarnos en alguna grieta de las rocas donde sólo se nos pueda ver desde lejos. Se pensarán que somos una manada de vacas o una bandada de pájaros.
[Salen todos menos SÉPTIMO, DÉCIMA y NONA. NONA está haciendo un hatillo con el sombrero de Noé, la capa y otros efectos personales. DÉCIMA observa a SÉPTIMO].
SÉPTIMO: [mientras los actores salen]. ¿Y me dejan morir aquí solo? No os culpo. Hay coraje en el vino tinto, en el vino blanco, en la cerveza, incluso en la cerveza aguada que vende el tabernero arruinado, pero no queda nada en el corazón humano. Cuando mi maestro, el Unicornio, se baña bajo la luz de la Osa Mayor, entre repique de tambores, hasta el agua dulce del río le emborracha; pero qué frío hace, ¡pardiez, si hace frío!
NONA: Tú cargarás con esto. El resto lo llevaré yo y así podremos salvar todo.
[Se dispone a atar un voluminoso fardo de pertenencias a la espalda de SÉPTIMO]
SÉPTIMO: Tienes razón. Acepto el reproche. Puesto que los demás se han unido a la muchedumbre, es necesario que nosotros que somos los últimos artesanos salvemos los símbolos e instrumentos de nuestro arte. Debemos preservar la capa de Noé, la chistera de Noé, el rostro dorado del Todopoderoso, así como los cuernos de Satán.
NONA: A Dios gracias que todavía te tienes en pie.
SÉPTIMO: Átamelo todo a las espaldas, que te voy a contar el gran secreto que me ha venido a la mente con el segundo lingotazo. El hombre no es nada hasta que se vincula a un símbolo. Veamos, el Unicornio es tanto un símbolo como una bestia. Solo por eso es que da la talla como el nuevo Adán. Pondremos todo a salvo, nos iremos a las grandes mesetas de África, daremos con el establo del Unicornio y entonaremos una canción de boda. Estaré frente a frente al terrible ojo azul.
NONA: Ahí tienes el fardo bien amarrado. [Se dispone a hacer otro hatillo para cargarlo ella].
SÉPTIMO: Tú harás música iónica - música con ojos puestos sobre esa voluptuosa Asia – la escala dórica no hará sino confirmar su castidad. Una nota dórica puede ser nuestra perdición, pero ante todo debemos cuidarnos de hablar de Delfos. El oráculo es casto.
NONA: Listo, vámonos.
SÉPTIMO: Si no somos capaces de embargarle de deseo, entonces se merecerá la muerte. Hasta a los unicornios se les puede dar muerte. Lo que más les espanta en este mundo es una clavada de cuchillo bañado en sangre de serpiente muerta mientras contemplaba una esmeralda.
[NONA y SÉPTIMO, a punto de salir, NONA delante de SÉPTIMO].
DÉCIMA: Atrás, no os atreváis a dar ni un solo paso.
SÉPTIMO: Hermosa como el unicornio, pero feroz.
DÉCIMA: Cerré los portones para que pudiéramos hablar.
[A NONA se le cae el sombrero de Noé del susto].
SÉPTIMO: Me parece muy pero que muy bien. Habla conmigo hoy que estoy de lo más inspirado.
DÉCIMA: No abriré los portones hasta que me prometas que la echarás de la compañía.
NONA: No le hagas caso; quítale la llave.
SÉPTIMO: Si no fuera su marido, le cogería la llave, pero como soy su marido, se pone terrible. El Unicornio se pone terrible cuando ama.
NONA: Tienes miedo.
SÉPTIMO: ¿Por qué no se la quitas tú? A ti no te ama, así que no se pondrá terrible.
NONA: Si es que te queda algo de hombre, serás tú quien se la quite.
SÉPTIMO: Soy más que hombre, soy tremendamente sabio. Le cogeré la llave.
DÉCIMA: Si das un paso hacia mí, tiraré la llave por la rejilla de la puerta.
NONA: [empujándole hacia atrás]. No te acerques a ella; si tira la llave por la rejilla, no habrá manera de escapar. La multitud nos encontrará y nos asesinará.
DÉCIMA: Abriré el portón cuando me jures que la sacarás de la compañía, y que nunca le volverás a dirigir la palabra ni volverás a mirarla, un juramento terrible.
SÉPTIMO: Estás celosa; es muy malo estar celoso. Cualquiera estaría perdido, incluso yo no estoy del todo en mis cabales. [Vuelve a beber]. Ahora está todo claro.
DÉCIMA: Me has sido infiel.
SÉPTIMO: Yo solo soy infiel cuando estoy sobrio. Nunca confíes en un hombre sobrio. Por todas partes hay infieles. Nunca confíes en un hombre que no se ha bañado bajo la luz de la Osa Mayor. Te prevengo contra todo hombre sobrio desde lo más profundo de mi corazón. Tan tremenda es mi sabiduría.
NONA: Júraselo, no es más que un juramento lo que quiere. Júrale lo que quiera. Si te demoras, nos matarán a todos.
SÉPTIMO: Entiendo. Quieres decirme que un juramento se puede romper, especialmente si se trata de un juramento compulsivo, pero no, te digo que no, ciertamente no. ¿Acaso soy un sobrio granuja, uno de esos contra los que te acabo de prevenir? ¿Pretendes que me perjure ante los mismísimos ojos de Delfos, ante los mismísimos ojos de aquel oráculo gélido y rocoso? Lo que prometo lo cumplo, así que mi cariñito, no voy a prometer nada en absoluto.
DÉCIMA: Entonces, esperaremos aquí. Entrarán por todas partes portando horcas de estiércol con haces de paja candente. Meterán los haces candentes entre el tejado y nos quemarán vivos.
SÉPTIMO: Clamaré contra esa bestia. La era cristiana ha tocado a su fin, pero por culpa de las maquinaciones de Delfos, nunca llegará a convertirse en el nuevo Adán.
DÉCIMA: Me las vais a pagar. Ella me mató de hambre, pero yo la mataré a ella.
NONA: [se abalanza sobre DÉCIMA por detrás y le arrebata la llave] ¡La tengo, la tengo!
[DÉCIMA intenta recuperar la llave pero SÉPTIMO la detiene].
SÉPTIMO: Soy un hombre fuerte, puesto que no he cometido perjurio: una violenta criatura virginal, así aparece en El gran bestiario de París.
DÉCIMA: Id, pues. Yo me quedaré aquí, lista para morir.
NONA: Vámonos. Apenas hace media hora se estaba ofreciendo a todos los hombres de la compañía.
DÉCIMA: Si me fueras fiel, Séptimo, no dejaría que ningún hombre me tocara.
SÉPTIMO: Caprichosa, pero hermosa.
NONA: Es una mala mujer.
[NONA sale corriendo].
SEPTIMUS. Una hermosa, mala y caprichosa mujer. Salgo, salgo, pero a mi ritmo. Me llevaré este noble sombrero. [Con cierta dificultad recoge el sombrero de Noé]. Pondré a salvo el noble sombrero de copa de Noé. Lo llevaré puesto con la dignidad que le corresponde. Saldré despacio para que vean que no tengo miedo [cantando]:
Contra el redondo ojo azul clamo.
Maldito sea el cuerno blanco lechoso.
Pero ni una palabra de Delfos.
Qué extraordinaria sabiduría la mía. [Sale].
DÉCIMA: Traicionada, traicionada, y por una cualquiera. Por una mujer a la que un hombre puede zarandear y manejar a su gusto. Una que hasta ahora nunca picó más allá de un apuntador o un casero. [Entra el VIEJO VAGABUNDO]. Y Usted, viejo, ¿ha venido a matarme?,
VIEJO VAGABUNDO: Estoy buscando paja. Pronto tendré que acostarme y rodar, y ¿dónde encontraré la paja donde rodar? Eché un vistazo por la cocina y me dijeron, “lárguese”. Se persignaron como si fuera el diablo quien me pusiera a rodar.
DÉCIMA: ¿Cuándo vendrá la muchedumbre a matarme?
VIEJO VAGABUNDO: ¿Matarte? No es a ti a quien van a matar. Es el picor en la espalda que tengo lo que les arrastra hasta aquí, pues cada vez que rebuzno como un burro, se produce un cambio en la corona.
DÉCIMA: ¿La corona? De manera que es a la reina a la que van a matar.
VIEJO VAGABUNDO: Pero, querida, ella no puede morir hasta que yo ruede por los suelos y rebuzne, y yo te susurraré quién será el que ruede. Fue el burro el que transportó a Cristo hasta Jerusalén, y es por eso que es tan orgulloso; y es por eso que sabe cuándo ha llegado la hora de un nuevo rey o reina.
DÉCIMA: ¿Usted no está harto de este mundo, viejo?
VIEJO VAGABUNDO: Sí, así es, pues cuando ruedo y rebuzno me quedo dormido. No me entero de nada, y eso es muy triste. Tan solo me acuerdo del picor en la espalda. Pero debo dejar de hablar y encontrar algo de paja.
DÉCIMA [coge las tijeras]: Viejo, me las voy a clavar en el corazón.
VIEJO VAGABUNDO: No, no; no hagas eso. Tú no sabes lo que te espera cuando te mueras. A saber en el gaznate de quién te tocará cantar o rebuznar. Tú tienes pinta de pitonisa. Quién sabe si te pondrán a predecir la muerte de los reyes; y que conste que yo no admito rivales, sería incapaz de soportar un rival.
DÉCIMA: Me ha traicionado un hombre que además me ha dejado en ridículo. Y dígame una
cosa, viejo, ¿los muertos hacen el amor, encuentran buenos amantes?
VIEJO VAGABUNDO: Te voy a susurrar otro secreto más. La gente puede hablar lo que quiera, pero yo no he sabido de otra criatura que venga de allá, a excepción del viejo borrico. No creo que por allí haya nada más. Quién sabe si tiene todo el sitio para él solito. Ay, mira, me está picando la espalda y aún no he encontrado ni brizna de paja.
[Sale. DÉCIMA apoya las tijeras sobre el brazo del trono y está a punto de presionar su cuerpo contra ellas, cuando entra la REINA]
REINA: [la sujeta]. No, no, eso sería un gran pecado.
DÉCIMA: ¡Vuestra Majestad!
REINA: Yo pensaba que moriría como una mártir, pero eso sería diferente, eso sería morir por gloria de Dios. La venerable Santa Octema sí fue una mártir.
DÉCIMA: Soy muy infeliz.
REINA: Yo también soy muy infeliz. Cuando vi aquella multitud furiosa, y supe que deseaban matarme, aun queriendo ser mártir, tuve miedo y salí corriendo.
DÉCIMA: Yo no habría salido corriendo. Ay, no, pero es difícil también clavarse un cuchillo en carne propia.
REINA: Estarán aquí en cualquier momento, echarán abajo la puerta, y entonces ¿cómo escaparé?
DÉCIMA: Si me confundieran con Vos, lograría escapar.
REINA: Sería incapaz de permitir que otra persona muriera por mí. Eso estaría muy mal.
DÉCIMA: Por eso no os preocupéis, vuestra Majestad, moriré no importa lo que Vos hagáis. Pero si al menos me pudiera poner ese brocado de oro y esos zapatos de oro por un momento, no se me haría tan difícil morir.
REINA: Dicen que aquellos que mueren por salvar a un legítimo soberano dan muestra de gran virtud.
DÉCIMA: ¡Rápido! El vestido.
REINA: Si te mataras se perdería tu alma, y ahora tienes la oportunidad de ganarte el cielo.
DÉCIMA: Rápido, ya los oigo venir.
[DÉCIMA se pone la túnica de mando de la REINA y sus zapatos. Debajo de la túnica de mando la REINA lleva una especie de atuendo monjil. El siguiente parlamento es pronunciado por la REINA mientras ayuda a DÉCIMA a enfundarse el vestido y a calzarse]
REINA: ¿Fue amor? [DÉCIMA asiente.] Vaya, qué gran pecado. Yo nunca he conocido el amor. De todas las cosas, esa es la que más pavor me ha dado. Santa Octema se encerró en una torre en lo alto de una montaña porque la amaba un hermoso príncipe. Me daba miedo que me entrara por el ojo y se apoderara de mí al instante. No soy buena por naturaleza, y dicen que la gente hace cualquier cosa por amor, da tanta dulzura. Incluso Santa Octema tenía miedo del amor. Pero tú escaparás a todo eso y te elevarás ante Dios como una virgen pura. [El cambio es ahora completo]. Adiós, sé cómo
escabullirme de aquí. Hay un convento donde me aceptarán. No es ninguna torre, es tan solo un convento, pero hace tiempo que quiero ir allí a perder mi nombre y desaparecer. Siéntate en el trono y gira el rostro a un lado, sino lo haces, te dará miedo.
[La REINA sale. DÉCIMA está sentada en el trono. Una gran multitud se arremolina fuera de los portones. Entra un OBISPO].
OBISPO: Vuestro fiel pueblo viene a ofreceros sus respetos, vuestra Majestad. Me inclino ante Vos en su nombre. Vuestra soberana voluntad, comunicada por boca del Primer Ministro, les ha llenado de gratitud. Queda aclarado todo malentendido, las aguas vuelven a su cauce gracias a vuestra condescendencia en la concesión de vuestra soberana mano al Primer Ministro. [A la multitud] Su Majestad, quien hasta ahora se mantenía encerrada, alejada de la mirada de todo hombre, para así poder rezar por su reino con toda tranquilidad, se mostrará ante su gente de ahora en adelante.
[A la REINA CÓMICA] Una reina tan hermosa no ha de temer nunca la desobediencia de su gente [gritos de ‘nunca’ se oyen entre la multitud].
PRIMER MINISTRO [entra apresurado]: Os lo explicaré todo, vuestra Majestad, no había más que hacer, este Obispo ha sido llamado para unirnos. [Al ver a la REINA]: pero, ¡por las barbas somnolientas de Adán! Y esta, ¿y esta quién es?
DÉCIMA: La emoción que os embarga es tan grande que no os salen las palabras. No os molestéis en hablar.
PRIMER MINISTRO: ¡Esta, esta!
DÉCIMA [levantándose]: Yo soy reina. Yo sé lo que es ser reina. Si yo os dijera que tengo un enemigo, lo mataríais, lo despedazaríais vivo. [Gritos: ‘lo mataríamos’, ‘lo despedazaríamos vivo’, etc.]. Pero yo no os estoy pidiendo que matéis a nadie, os estoy pidiendo que obedezcáis a mi marido una vez lo ascienda al trono. No es de sangre real, pero es mi decisión ascenderlo al trono. Esa es mi voluntad. Demostradme que lo obedeceréis tal y como os lo pido. [Gran ovación].
[SÉPTIMO, que ha estado presenciando la escena entre la multitud, da un paso al frente y le coge al PRIMER MINISTRO por la manga. Varias personas besan la mano de la supuesta REINA].
SÉPTIMO: Mi Señor, esa no es la reina; esa es mi mala mujer. [DÉCIMA se les queda mirando].
PRIMER MINISTRO: ¿Vieron eso? ¿Vieron acaso al diablo dibujado en su mirada? Están locos por su cara bonita, y ella lo sabe. No creerán ni una palabra que yo diga; no hay nada que hacer hasta que se calmen.
DÉCIMA: ¿Están aquí todos mis fieles siervos?
OBISPO: Todos, mi Majestad.
DÉCIMA: ¿Todos?
PRIMER MINISTRO [inclinándose todo lo que puede]: Todos, mi Majestad.
DÉCIMA [canta]:
Tiró del hilo, mordió el hilo.
E hizo un vestido dorado.
Traedme esa bandeja de langosta y esa botella de vino. Mientras como, le echaré un buen vistazo a mi nuevo hombre.
[Le acercan bandeja y botella de vino. Se oye el rebuzno de un burro y entra a rastras el VIEJO VAGABUNDO]
OBISPO: Finalmente hemos dado con el impostor. La nación al completo lo aceptó como si fuera la mismísima voz de Dios. Como si la corona no se pudiera asentar sobre ninguna cabeza sin su ayuda. [Entre la multitud se oyen gritos de "impostor", "truhán", etc.]. Está claro que estaba confabulado con los conspiradores, y pensó que su Majestad había muerto. Y sigue en su empeño. Vean esa mirada vidriosa en sus ojos. Pero esos aires de loco no le van a ser de mucha ayuda.
PRIMER MINISTRO [zarandea a SÉPTIMO]. ¿No entiendes que se ha producido un milagro, que Dios o el Demonio ha hablado, y que la corona está en la cabeza de esta mujer para quedarse, que así el destino lo ha rebuznado en los labios de ese hombre? [A voz en grito]. Lo colgaremos por la mañana.
SÉPTIMO: Es mi esposa.
PRIMER MINISTRO: Ha habido cambio de corona y eso no tiene remedio. ¡Por las barbas somnolientas de Adán! Esa mujer ha de ser mi esposa. Así lo ha dispuesto el Oráculo. Llevadlo al calabozo.
SÉPTIMO: Es mi esposa, mi mala y caprichosa esposa.
PRIMER MINISTRO: Llevaros a este hombre. Ha susurrado calumnias contra su Majestad. Desterradlo más allá de los límites del reino y encontrad a la compañía de cómicos a la que pertenece. Quedan igualmente desterrados y no deben regresar, so pena de muerte. Y ahora, mi Señor Obispo, estoy listo.
DÉCIMA [cantando],
Ella lloraba porque había soñado que yo había nacido para portar corona.
[Le arroja la pezuña de langosta al PRIMER MINISTRO]: Venid a cascar la garra.
FIN